2016: ‘Annus horribilis’ de la democracia, por I. De Ferrari
2016: ‘Annus horribilis’ de la democracia, por I. De Ferrari
Ignazio De Ferrari

El año que se va nos deja dos conclusiones sobre el estado de la democracia alrededor del mundo. En los países en vías de desarrollo con gobiernos elegidos en elecciones libres, la democracia no termina de consolidarse y, en algunos casos, se han producido importantes retrocesos hacia el autoritarismo. En las democracias más avanzadas, se empiezan a ver preocupantes signos de lo que los politólogos llaman “deconsolidación”. 

En la ciencia política, el debate sobre la democratización ha estado dominado por el paradigma de la consolidación. Según este paradigma, cuando un país abandona el autoritarismo para convertirse en democracia, inicia un proceso en el cual la estación final es la consolidación democrática. Tarde o temprano, todas las democracias llegan a consolidarse. De manera similar, cuando una democracia llega a consolidarse, el paradigma asume que no habrá un retroceso hacia el autoritarismo.

Sin embargo, las últimas dos décadas han mostrado las debilidades de este paradigma. Países alrededor del mundo han transitado a la democracia sin lograr consolidarse. El Perú –como gran parte de América Latina–, es un excelente ejemplo. Peor aún, algunos países se han convertido en sistemas híbridos que mantienen elementos de la democracia –como elecciones competitivas– mientras limitan importantes derechos políticos y rompen acuerdos constitucionales básicos. En el 2016, tras el anuncio de Evo Morales de ir en búsqueda de un cuarto mandato presidencial, Bolivia parece haberse dirigido definitivamente en esa dirección. 

En otras latitudes, la Hungría del primer ministro Viktor Orbán también ha transitado hacia un régimen híbrido. En Turquía, desde este año el debate ya no es si el país es un régimen híbrido o una democracia por consolidarse. La cuestión es si ya se ha hecho la transición hacia un sistema abiertamente autoritario.

Si hasta hace poco el paradigma de la consolidación fallaba en su incapacidad de explicar los regímenes híbridos, el 2016 nos obliga a confrontar la seria posibilidad de una erosión democrática en las democracias más avanzadas de Occidente. Para los politólogos Foa y Mounk, se empiezan a notar signos de “deconsolidación”. El porcentaje de ciudadanos para los cuales es esencial vivir en democracia ha caído considerablemente en países como Estados Unidos, Gran Bretaña, Australia, Holanda y Nueva Zelanda. 

¿Cómo se explicaría el deterioro de los valores democráticos en Occidente? Los factores utilizados para explicar la incapacidad de las democracias más precarias de consolidarse –altos niveles de pobreza, debilidad del Estado, sistemas de partidos no institucionalizados– no aplican para las democracias más desarrolladas. En el fondo, aún no lo sabemos con certeza, pero dos fenómenos han resonado tanto en el triunfo de Donald Trump como en el ‘brexit’: las desigualdades económicas y el sentido de pérdida de identidad en sociedades cada vez más diversas.

De lo que no hay duda es de los riesgos asociados con una erosión de los valores democráticos en Occidente. Venezuela es un ejemplo de lo que podría estar por venir. Como Foa y Mounk explican, antes de elegir a Hugo Chávez en 1998, existía en Venezuela un escepticismo generalizado sobre el valor de la democracia. En 1995, el 81% de la población veía con buenos ojos un gobierno de mano dura. Solo unos pocos años antes, Venezuela era considerada una democracia consolidada y el modelo a seguir en la región. Hoy tiene un gobierno autoritario.

La “deconsolidación” en Occidente también es un problema para las democracias que buscan consolidarse. Por décadas, las democracias liberales de Estados Unidos y Europa han sido el modelo a seguir para las élites políticas de los países en vías de desarrollo. Pero si en el mediano plazo logra imponerse el modelo político de los Trump, Putin y Orbán, ¿con qué argumentos podremos defendernos de nuestros propios demonios autoritarios en países como el Perú?

La democracia sigue siendo el único modelo que permite a sus ciudadanos equivocarse y corregir sus errores de manera pacífica. Los liberales del mundo necesitamos debatir cómo devolverle vigor al modelo.