El antifujimorista perfecto, por Carlos Meléndez
El antifujimorista perfecto, por Carlos Meléndez
Carlos Meléndez

ha revuelto el ambiente político con una nueva declaración: no quiere que –“la hija de un asesino y un ladrón” (sic)– sea elegida presidenta del Perú. Supone que, como resultado de una posible victoria electoral en el 2016, saldría de la cárcel y por lo tanto, sería el verdadero ganador. Prácticamente a un año del inicio de la partida presidencial, el Nobel hace el primer movimiento.

Por historia y por vocación, Vargas Llosa es el antifujimorista perfecto. Sus críticos indican que dicha oposición surgió cuando –como candidato representante del establishment de derecha– perdiera la elección ante el primer outsider exitoso del continente, en 1990. Lo cierto es que su apuesta pública contra el fundador del fujimorismo se fue radicalizando conforme se acentuaban los rasgos autoritarios del régimen que encabezó Fujimori durante una década.

El autoritarismo pragmático de Alberto Fujimori construyó lealtades imborrables, pero también detractores perpetuos. Considero que las identidades pro y constituyen la división política más importante en la actualidad (reemplazando paulatinamente al aprismo/antiaprismo). Aproximadamente un 25% del electorado es fujimorista, mientras un 40% le es adverso. En momentos definitorios dichas posiciones se agudizan. Keiko Fujimori expresa el legado de su padre (con activos y pasivos, continuidades y distancias), entretanto Vargas Llosa se ha ganado a pulso la representación –inorgánica y elitista, fáctica– del antifujimorismo.

La renovación y relativa estabilidad de nuestro “sistema” político, se deben al “reflejo” de incluir –deliberadamente o no– proyectos antisistémicos que emergen sin credenciales democráticas, aunque con importantes arraigos en los sectores informales abandonados por los partidos tradicionales. Así, el   y el fujimorismo surgieron desde los márgenes del establishment, si bien la dinámica política los ha conducido a constituirse como actores legítimos.

Las elecciones del 2011 favorecieron la inclusión del nacionalismo “de izquierda”, a pesar de los temores económicos que generó. El “garante” jugó entonces un papel clave con su padrinazgo. Sin embargo, el proyecto -no cuajó en las identidades de sus primeros seguidores quienes, según encuestas, migrarían su voto hacia Keiko Fujimori. Las podrían ser la oportunidad para que el fujimorismo evolucione hacia una versión consistentemente democrática y descarte su legado autoritario. ¿Les es imposible acaso reivindicar logros del gobierno fujimorista reconociendo, a la vez, el daño que procuraron a la institucionalidad democrática y a los derechos humanos? 

Nuestro sistema embrionario requiere incluir –no marginar ni proscribir– proyectos políticos arraigados socialmente (sobre todo un partido en organización), pero exigiendo pleno respeto a la política democrática. Quienes tienen vocación de “garantes”, deben emplear su ascendencia al respeto al pluralismo y a la preservación de las libertades, pese a sus preferencias políticas. Es necesario advertir que el límite entre oposición radical (antifujimorista en este caso) y exclusión política puede ser peligrosamente difusa, sobre todo cuando la polarización se apodera tan fácil de nuestras convicciones democráticas.