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Antropólogo, PUCP
Imagínense cómo hubiese sido atravesar la pandemia, protegiéndonos entre todos y respetando las distancias, sin el arte en nuestras vidas. Sin la música, sin las ficciones, sin el color, sin los símbolos y sin todo aquello que disfrutamos y que nos hace pensar. Es un lugar común decir que hubiese sido difícil imaginar un momento así sin arte. Sin embargo, quisiera traer a escena una paradoja que se ha hecho evidente. A pesar de que muchas veces se le ha considerado como un aspecto “no utilitario” de la actividad humana, el arte ha demostrado una utilidad extrema en esta época de crisis. No obstante lo anterior, no ha recibido el apoyo suficiente no solo del Estado, sino de nosotros como público al que todavía le falta aprender a consumir lo que nuestros artistas producen. Como si fuera poco, el arte ha resaltado que uno de los aspectos educativos que tenemos que reforzar en la casa, la escuela y la sociedad es la educación artística, pues –como hemos atestiguado en esta emergencia– la educación no pasa solo por acumular conocimientos, sino por entrenarnos para entender sensibilidades diferentes a la nuestra, compartir emociones de forma pacífica y encontrar maneras de transmitir los saberes de modo que quien nos escuche pueda integrarlos a sus propias vivencias. No creo equivocarme si digo que hoy estamos cosechando el no haber promovido antes la educación artística de una manera más vigorosa y efectiva o el valorar no solo el placer que el arte podía ofrecernos, sino la sensibilidad y las herramientas que, a través de su aprendizaje, podríamos adquirir como sociedad. Y es irónico decir esto desde América Latina, donde no siempre hemos tenido a los políticos, pero sí, felizmente, a los artistas que merecemos.
¿Es esta coyuntura tan extrema para la humanidad una buena oportunidad para darles un lugar especial a las artes? ¡Más que nunca! No existe especie con mayor capacidad simbólica que pueda reemplazar con formas todo un contenido mental y, por lo tanto, pueda transmitir universos enteros. El arte ha logrado articular las emociones que ningún lenguaje humano podría expresar (o que a veces no nos atreveríamos a expresar) y ha sido fundamental para nuestra existencia como grupo puesto que compartir símbolos y creer en ellos es los que nos garantizó el éxito grupal como especie y la posibilidad de superar los problemas como una comunidad invencible. Y claro que la victoria es nuestra: el arte ha sobrevivido con nosotros a la glaciación, las guerras y las pestes. Cuando éramos nómadas, hacíamos arte en nuestro cuerpo, y a través de la danza y el teatro. En las cuevas pintábamos y en los grandes señoríos transformábamos la naturaleza para dar un mensaje emocional a nosotros mismos, a otras personas o a los mismísimos dioses. Todo a través del arte.
A pesar de depender tanto de este, durante mucho tiempo las políticas públicas no le dieron la importancia debida al arte y, mucho menos, a los artistas, dejándolos desprotegidos económicamente, especialmente en coyunturas como las que atravesamos. Y la opción de seguir una carrera artística ha sido generalmente una decisión casi estigmatizada que ha llenado de temor a los hijos y a los padres. A pesar de eso, hemos librado una buena lucha estética. Como decía Arguedas: “En técnica nos superarán y dominarán, no sabemos hasta qué tiempos, pero en arte podemos ya obligarlos a que aprendan de nosotros y lo podemos hacer incluso sin movernos de aquí mismo”.
Este es el momento para que hagamos arte: dibujemos, leamos, moldeemos, actuemos, disfrutemos. El arte nos comprende y nos permite transgredir a través de la invitación a pensar; no a hacer daño mediante la irresponsabilidad social, como la que tanto sufrimos ahora. Este es el momento para formar una comunidad con nuestros artistas. Antes de la pandemia, ya era difícil llenar las galerías y las salas de teatro. Acerquémonos ahora, aprendamos juntos. Es tiempo de unirnos para apoyar la producción artística nacional y a sus cultores porque, como público, somos una parte importante del arte.
Tanto las autoridades como los científicos y los profesores que aparecen en estos días a través de la televisión, la radio o el Internet han tenido que apelar a la retórica, al dibujo y a la performance como puentes para llegar a nosotros y es, como sostiene el investigador Víctor Vich, absurdo que no se haya aprovechado la gran capacidad y cercanía de los artistas peruanos para esta misión. Es precisamente en estos momentos en los que debemos acudir al arte para encontrar las formas en las que los mensajes lleguen no solo como imposiciones racionales, sino como pactos simbólicos para que podamos ser una comunidad emocional menos agresiva y más empática.
El mismo hecho de que el arte haya sido la única forma a través de la que todo ser humano de cualquier condición, oficio o poder, ha podido encontrar un lenguaje para entenderse y dialogar consigo mismo –y así sentirse integrado a su propia humanidad– nos lleva a saber que dejar el arte de lado sería, en el fondo, dejar de lado la razón por la que estamos luchando contra esta pandemia.