(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).
Moisés Naím

En marzo de 1912, Yukio Ozaki, el alcalde de Tokio, le regaló a la ciudad de Washington 3.020 árboles de cerezos. Los arbolitos se adaptaron muy bien y, con el tiempo, se difundieron por toda la ciudad capital y sus suburbios. Así, desde hace 107 años, al comienzo de la primavera, estos cerezos florecen, ofreciendo un bellísimo espectáculo.

Pero la primavera no solo trae flores de cerezo a Washington. Con ella también llegan banqueros de todas partes del mundo. Miles de ellos. Vienen a las reuniones del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, que convocan a los ministros de economía y jefes de los bancos centrales de casi todos los países. Esta semana han llegado 2.800 de ellos. Y también 800 periodistas, 350 representantes de organizaciones internacionales y miles de banqueros privados que vienen a reunirse con ministros y clientes. También vienen a tomar el pulso de la economía global.

Este año los banqueros andan preocupados. Gita Gopinath, la economista principal del FMI, ha alertado sobre los fuertes vientos en contra que harán que, en el 2019, el 70% de la economía mundial crezca más lentamente. América Latina y Europa serán las regiones con los niveles más bajos de crecimiento. Los factores que desaceleran la actividad económica son muchos y variados. Entre otros, las guerras comerciales iniciadas por el presidente estadounidense , mercados financieros más restringidos, la desaceleración de la economía China, el ‘’ y la incertidumbre acerca de cuáles serán las políticas económicas que adoptarán un número significativo de países.

Tal como suele ocurrir en todas las convenciones multitudinarias, lo más interesante no es lo que sucede en las sesiones oficiales, sino lo que se escucha en los pasillos y lo que se debate en reuniones privadas. Un tema que no está en la agenda oficial, pero sí en muchas de las conversaciones, es la creciente amenaza a la independencia de los bancos centrales. Esa independencia suele irritar a jefes de Estado que preferirían tener el control de la política monetaria de su país. El presidente Trump, por ejemplo, ha criticado ferozmente la decisión de la Reserva Federal, el banco central de EE.UU., de subir las tasas de interés. Las más altas tasas de interés suelen disminuir la actividad económica, lo que ningún presidente desea. Pero, por otro lado, dejar las tasas de interés demasiado bajas puede estimular la inflación, un resultado que es inaceptable para los bancos centrales, instituciones cuya misión fundamental es contribuir a la estabilidad económica y, muy especialmente, impedir que los precios suban. Esta tensión siempre existe y por ello es importante proteger los bancos centrales de las presiones políticas.

Por esto, en los pasillos se detecta una fuerte preocupación por la decisión de Trump de proponer como gobernadores de la Reserva Federal a Stephen Moore y Herman Cain, dos de sus aliados políticos que, claramente, no están cualificados para influir sobre la política monetaria del banco central más importante el mundo. El propio Moore admitió: “No soy experto en política monetaria”. La preocupación no es solo que los candidatos de Trump sean confirmados por el Senado, sino que esta “captura” del banco central por parte del presidente, sea una práctica que contagie a otros líderes propensos a concentrar el poder y socavar los pesos y contrapesos de la democracia. La independencia de las decisiones de los bancos centrales de los intereses electorales de los presidentes es un importante factor de estabilidad. Politizar los bancos centrales añadiría aun más incertidumbre a un sistema financiero internacional que todavía no se ha recuperado plenamente de la crisis del 2008.

Otras dos preocupaciones que han estado muy presentes en la reunión de este año son la desigualdad económica y sus consecuencias sobre la estabilidad política. La OCDE, la organización que reúne a 36 de los países más prósperos, reportó que el nivel de vida de la clase media de esos países lleva una década estancado. Los costos de educación y vivienda se han disparado mientras que la automatización afecta negativamente tanto el empleo como los salarios. Naturalmente, estas condiciones tienen fuertes repercusiones políticas y han contribuido a sorpresas como el ‘brexit’, la elección de Donald Trump o el auge de movimientos políticos con agendas radicales.

Hace unos días, en vez de asistir a otro seminario del Banco Mundial, acepté la invitación de un grupo de siete banqueros para acompañarlos a ver los cerezos en flor. Fue una caminata muy agradable en la que, inevitablemente, la conversación se centró en todas estas y otras preocupaciones.

En estas conversaciones los acuerdos son poco frecuentes. Pero hubo un claro consenso entre mis compañeros de paseo acerca de la necesidad de reformar urgentemente el sistema capitalista. ¿Cuáles deben ser esas reformas?

Sobre eso no hubo consenso.