“La ética profesional y la ética en la función pública no 'se resuelven' de una vez y para siempre, sino que deben revisarse siempre a la luz de los nuevos desafíos que aparecen”. (Foto: Angela Ponce/Bloomberg).
“La ética profesional y la ética en la función pública no 'se resuelven' de una vez y para siempre, sino que deben revisarse siempre a la luz de los nuevos desafíos que aparecen”. (Foto: Angela Ponce/Bloomberg).
/ ANGELA PONCE
Martín  Tanaka

La semana pasada sobre cómo las recientes revelaciones acerca de la existencia y distribución de a las que eran parte de los ensayos clínicos de Sinopharm impactaban sobre la confianza en el país: entre nosotros como ciudadanos, y entre nosotros y nuestras autoridades. Sin embargo, el texto lo escribí antes de conocerse la información más impactante, que ha ido saliendo a lo largo de los días.

No es novedad que en nuestro país hay corrupción y serios problemas de justicia distributiva, problemas de exclusión y discriminación, y diferentes formas de “argollas” o redes a través de las que se preservan privilegios de manera indebida. Sabemos, también, que existe una amplia cultura de irrespeto a las normas, y la crítica a la ‘viveza criolla’ es ya un lugar común. Sabemos, además, que hay áreas del Estado percibidas como especialmente corruptas (Congreso, Poder Judicial). Además, desde el , confirmamos y desnudamos lo que también intuíamos: que empresas privadas financiaban campañas clandestinamente, que compraban favores e influencias en las altas esferas políticas, de las que obtenían grandes beneficios. Digamos que lo escandaloso del asunto era su impudicia, no tanto su novedad.

Poco a poco, asumimos la decepción por las promesas incumplidas de la ‘transición’ posterior a la década del fujimorismo. terminó siendo una decepción más dentro de una larga cadena; especialmente amarga porque, al igual que Alejandro Toledo, levantó explícitamente banderas de combate a la corrupción, de fortalecimiento de las instituciones democráticas, y pretendió presentarse como la encarnación de una nueva forma de hacer política. Sin embargo, ambos eran creaciones de la política sin partidos, sin instituciones, liderazgos personalistas e improvisados, por lo que, en el fondo, sus trayectorias no son tan inesperadas.

El problema, a mi juicio, con el escándalo suscitado por la existencia y distribución de las “vacunas adicionales” es que involucra a instituciones supuestamente “inoculadas” frente al mal general del manejo patrimonial del Estado y la falta de solidaridad y compromiso social. La cancillería, áreas “de excelencia” del Ministerio de Salud, la Universidad Cayetano Heredia, la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Y también a personalidades, investigadores, científicos, académicos, de larga trayectoria, prestigio y reconocimiento; está incluso el nuncio apostólico, “consultor en temas éticos”. Instituciones y personalidades formadas y habituadas en principio a seguir procedimientos y prácticas que aseguren una correcta ética profesional, un desempeño ético en la función pública. Todo esto dentro de un Gobierno supuestamente dedicado a atender la emergencia sanitaria con la mayor diligencia y sacrificio. Si ellos nos fallan, ¿qué nos queda? Por ello, este golpe ha sido tan duro.

Frente a este mazazo, no corresponde la respuesta cínica: en tanto todos serían corruptos, en tanto la ética, los principios y los valores no garantizarían nada, se legitimaría el “sálvese quien pueda, como pueda”. Nos igualamos todos hacia abajo. No: lo que corresponde es redoblar la apuesta por la transparencia, los controles, los protocolos, la formación en ética y valores. La moraleja es que se trata de una tarea difícil, permanente, que tiene que estar sujeta a constante revisión autocrítica. En un reciente sondeo preliminar de In Target, resulta que un 23% de los encuestados declara que se habría vacunado antes que los demás si le hubieran ofrecido esa posibilidad. La lección es que la ética profesional y la ética en la función pública no “se resuelven” de una vez y para siempre, sino que deben revisarse siempre a la luz de los nuevos desafíos que aparecen.

A todos los que tenemos responsabilidades en diferentes instituciones y espacios nos toca también actuar, y promover una discusión en nuestros ámbitos sobre cómo evitar caer en las prácticas que con energía condenamos. En contextos críticos y tan difíciles como los que nos ha tocado vivir, aquello que repudiamos podría estar más cerca y dentro de nosotros de lo que quisiéramos admitir.