"La cooperación tiene además una dimensión más amplia que se relaciona con la mejora de las ciudades". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"La cooperación tiene además una dimensión más amplia que se relaciona con la mejora de las ciudades". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Marco Kamiya

Estocolmo, la capital de Suecia, es una imponente ciudad con grandiosa arquitectura, enormes espacios abiertos, y zonas verdes que se intercalan a lo largo del río Gota. Es la ciudad donde se celebra anualmente la ceremonia de los premios Nobel, tiene numerosos museos de arte que compiten con el dedicado al grupo ABBA, y es la sede de multinacionales como Ericsson, Electrolux, el Grupo SAS, H&M, Saab y Skandia, entre muchos otros. Suecia se distingue por apoyar el sistema de cooperación internacional, la defensa de los derechos humanos y la promoción de la tolerancia en temas de género e inmigración.

Dos suecos, Lars Andersson y Goran Tivenius, han escrito un breve libro sobre el papel de la cooperación en el desarrollo que se titula “No más héroes solitarios: Cómo el mundo puede sobrevivir a través de la cooperación” (“No More Lonely Heroes”, Big Bang Press, 2019). Andersson y Tivenius critican la tesis de que, en áreas de desarrollo social, los individuos toman mejores decisiones que las colectividades, e indican que esta visión llevada al extremo ha conducido a un declive de partidos políticos, sindicatos, asociaciones populares y grupos comunitarios donde los canales de expresión y comunicación de sectores menos favorecidos han perdido voz, poder e influencia.

Los autores proponen revalorar las cooperativas como medio para promover la cooperación y el desarrollo. Esta idea tiene inmediatos detractores cuando se recuerdan las políticas implementadas por diversos gobiernos de la región desde décadas pasadas que reemplazaron empresas con modelos cooperativos produciendo bancarrotas. A pesar de eso, las cooperativas el día del hoy son numerosas. Según la Oficina Internacional del Trabajo (OIT), en Argentina hay 12.000, en Colombia 8.000, en Brasil unas 6.000, en el Perú más de 1.000.

El cooperativismo debe ser repensado en función a las tendencias de las economías en desarrollo. En Kenia, las cooperativas llamadas Sacco tienen una importante función donde más del 60% de la población trabaja para una de ellas, y el sector comprende el 45% del producto bruto interno; Kenia tiene varias universidades con facultades de estudios cooperativos. En Suecia, las empresas mutuas en el sector de alimentos controlan el 25% de la producción, el llamado Lantmännen agrupa a más de 25.000 agricultores suecos. En España, en la ciudad de Arrasate/Mondragón, se encuentra el grupo Mondragón, una megasociedad mutual que abarca las finanzas, manufactura y universidades. En el Reino Unido, hay cooperativas en las áreas de energías renovables, que generan energía solar y eólica (Coop Energy).

Lars Andersson, uno de los autores, que es un experto en finanzas, fundó en 1986 Kommuninvest, la agencia de financiamiento de gobiernos locales de Suecia –una entidad que muchas ciudades quisieran tener–. Kommuninvest, por su confiabilidad y estabilidad, tiene grado de inversión AAA, la máxima escala que otorgan empresas de servicios financieros como Standard & Poor’s (S&P) y Moody’s, y que, por lo tanto, le permite emitir bonos en los mercados internacionales a bajo costo y utilizar esos fondos para financiar obras de infraestructura local. Andersson es asesor de agencias de las Naciones Unidas, bancos de desarrollo y organismos de financiamiento local en todo el mundo, y propone la necesidad de revalorar el cooperativismo para mejorar la eficiencia de los sistemas y el bienestar de los ciudadanos.

La cooperación tiene además una dimensión más amplia que se relaciona con la mejora de las ciudades. En América Latina hay muchos ejemplos de ayuda mutua y servicios comunales: en Bolivia, la mineca; en el Perú, la minka; en Ecuador, el raudi o la mano vuelta; en México, la guetza, el tequio; o en Venezuela, la cayapa. Estos sistemas de herencia milenaria son aplicados por los inmigrantes de zonas rurales al llegar a las urbes, y deberían ser aprovechados por los constructores y gobiernos locales porque así se reducen los costos de mejora de los barrios marginales, y se acrecienta el capital social. Muchas obras de infraestructura de vivienda son lamentablemente impuestas destruyendo estas redes de solidaridad y cohesión, provocando así desarraigo y marginalidad.

Cooperar es el eje del desarrollo humano y el motor de las sociedades, pero hay que advertir que el cooperativismo no es una respuesta en contra de la tradicional empresa privada o una propuesta alternativa a la economía de mercado, es simplemente una forma de organización con potenciales méritos. No es fácil, sin embargo, diseñar empresas donde el interés colectivo debe compartir los beneficios pero también los costos. Aun así, en muchos lugares el cooperativismo funciona, y vale la pena aprender de esos sitios, revalorando los activos propios que las sociedades poseen.

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