La expresión ‘crisis’ tiene diversas acepciones que se ocupan de situaciones complejas de la vida en sociedad. Dedicaré este análisis a un tipo de crisis que según acopio de datos está presente en la realidad del país.
¿Existe una crisis que afecta políticamente al gobierno de Ollanta Humala o son ruidos e inventos de una oposición que, según el presidente, es “irresponsable” y sin “autoridad moral”?
En primer lugar, no parecen muy arraigadas las convicciones democráticas de nuestro gobernante, si así califica a los grupos políticos que votaron a favor de la censura a Ana Jara. La censura existe en el Perú desde el siglo XIX, sin recibir respuestas confrontativas, aunque sí la mortificación de los gobernantes democráticos que la sufrieron. Las dictaduras nunca tuvieron ministros censurados, sea porque el Parlamento estaba clausurado o porque mayorías complacientes con el tiranuelo preferían vivir de rodillas. Las democracias censuran ministros cuando hay errores de gestión; las autocracias no, pues la voluntad del gobernante es la ley.
¿Qué se prefiere: gobiernos democráticos en que, por aplicación del control político, el Parlamento puede censurar ministros o dictaduras violadoras de los derechos humanos, como la de Nicolás Maduro en Venezuela?
Pienso que el gobierno de Humala está afectado por una crisis política que no ha nacido con la censura de Jara ni empieza con el nombramiento de Pedro Cateriano, al que le deseamos éxito, templanza para poner en práctica el compromiso de ejercer sus funciones, dejando de lado el verbo ‘confrontacional’, dar apoyo a las reformas electorales que fortalezcan la democracia y promover políticas para la solución de los problemas de urgente solución. Cateriano tiene oficio político y su respeto por la legalidad democrática será, seguramente, mayor que sus antis políticos.
El gobierno está afectado por una crisis política porque son constatables problemas de tipo estructural, que nacen con la elección de Humala y en dos años de gestión han adquirido los elementos de las crisis políticas en cuanto a representación y confianza.
Presentaré algunos elementos de esta crisis que sustantivamente le han impedido a Humala hacer el gobierno que aspiraba. La hoja de ruta fue la condición que varios sectores impusieron para votar por él en la segunda vuelta. Humala aceptó, pero quizá con dudas. Sus simpatías chavistas y todas las propuestas de la campaña que lo llevaron a la segunda vuelta se basaban en la gran transformación. El candidato optó por el realismo de lo posible, pero quedó para su fuero interno afectado. No puede descartarse que Humala fue consciente de que renunciaba a gobernar como en sus sueños juveniles imaginó. Por eso, sus silencios, sus reacciones agresivas.
El contexto en el que Humala se convirtió en presidente le planteó un problema de identidad a su gobierno que no ha sido plenamente hoja de ruta y menos gran transformación, aunque esta a veces se le escapa en los discursos antipartidos, en la desconfianza a los medios de prensa, al mundo empresarial y a los gremios en general. Sus partidarios en el Congreso fueron elegidos en primera vuelta con el programa de la gran transformación y no son pocos los que se sienten ligados a esa propuesta. En alianza con Perú Posible y Unión Regional tuvieron mayoría en el Congreso y la perdieron; los 43 que votaron en contra de la censura a Jara es lo que les queda. Además, el Partido Nacionalista no existe como organización, no forma cuadros y no se le conoce programa actualizado. La consecuencia es que el presidente gobierna en solitario, rodeado de técnicos que probablemente no votaron por él; no los conoce y es natural que tenga con ellos más de una discrepancia.
Sabe que su aspiración principal, la inclusión social, no se agota con políticas de un asistencialismo mejorado que no resuelve la pobreza. Para ello, se requiere inversión pública y privada sostenidas, cosa que no ha sucedido durante el actual período. En todo esto, el gobierno ha sido más que conservador, ineficiente.
Los resultados económicos de la gestión humalista son inferiores a los de los dos gobiernos anteriores y así un largo etcétera. Este resumen no es exhaustivo, quedan temas por examinar, pero ofrece datos objetivos de la existencia de una preocupante crisis política, pero sería un error de los partidos y del pensamiento crítico comportarse como meros observadores. Al gobierno hay que hacerle propuestas que eviten la conversión de esta crisis en crónica. El país tiene que llegar al 2016 con buena salud y sin los ánimos de beligerancia del escenario actual.