Este mes se han cumplido dos efemérides importantes, que si bien han pasado desapercibidas en los medios, no por ello pierden su permanente actualidad. Nos referimos a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, documento que se aprobó el 10 de diciembre de 1948, y la Declaración del Derecho al Desarrollo, del 4 de diciembre de 1986, hace 30 años.
La Declaración del Derecho al Desarrollo es considerada el texto jurídico internacional más importante después de la Declaración de los Derechos Humanos, que son universales, iguales, inalienables e imprescriptibles. Nos pertenecen a todos, sin ninguna forma de discriminación. No son materia de negociación y no prescriben. Los poseemos desde que somos concebidos e incluso hasta después de nuestra muerte. Por eso tenemos derecho a un entierro digno y que nuestros restos sean respetados.
Los derechos humanos son un valor en sí mismo, porque se fundamentan en la dignidad del ser humano. En realidad, se trata de la creación jurídica más importante de la historia de la humanidad y su antecedente se encuentra en otro texto de igual valor: la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de la Revolución Francesa.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos es la plasmación jurídica de la famosa máxima elaborada por el filósofo alemán Emmanuel Kant: “El hombre es un fin en sí mismo y no un medio o instrumento al servicio de otros hombres”. A ella se le puede agregar otra del mismo pensador: “Solo la cosas tienen precio, los hombres no tienen precio porque tienen dignidad”.
Pero como sucede con un documento jurídico de esta envergadura, a lo largo del tiempo ha evolucionado. Son cuatro las etapas por las que ha pasado. Primero tenemos los denominados derechos clásicos, como el derecho a la vida, al honor, a la dignidad y los derechos políticos que se derivan de los principios y valores de la democracia. A estos le sucedieron los derechos económicos y sociales, aquellos que tienen que ver con el trabajo, la educación y la salud, entre otros beneficios. A mediados de la década de 1980, se propuso el derecho al desarrollo y, finalmente, el derecho a la protección del medio ambiente.
En lo que atañe a los derechos al desarrollo, la histórica resolución que los consagra sostiene que son inalienables, porque todos los seres humanos y todos los pueblos tienen las facultades para participar en el desarrollo económico, social, cultural y político, para que puedan realizarse plenamente todos los derechos humanos y las libertades fundamentales.
La redacción del documento que comentamos fue encargada a un grupo de especialistas y, cabe destacar –porque se trata de un caso único–, que en este grupo de expertos estuvo un peruano: el embajador Juan Álvarez Vita. Más aun, se trata del único sudamericano que formó parte de ese equipo.
Más adelante, en su obra “Derecho al desarrollo”, que ha sido traducida en varios idiomas (incluso el indonesio), Álvarez Vita señala que toda noción de desarrollo debe tender al pleno desarrollo del ser humano como individuo y miembro de grupos sociales variados. “El hombre es el sujeto y no el objeto de este proceso llamado a promover los derechos humanos por su participación activa tanto individual como colectiva en todos los niveles de toma y ejecución de decisiones”, agrega.
El derecho al desarrollo está íntimamente vinculado a la calidad de vida. Diversos organismos internacionales han elaborado un conjunto de categorías y metodologías para medir el nivel de desarrollo humano. En el Perú, todavía nos falta para llegar al nivel más alto y satisfactorio, porque tenemos 8 millones de pobres y porque, por ejemplo, muchos de nuestros compatriotas carecen de servicios básicos como agua potable y electricidad. Nos queda todavía un largo camino por recorrer para acercarnos al ideal de lo que significa un desarrollo humano pleno.
Para aquellos que no creen en los derechos humanos y afirman que es letra muerta, o un conjunto de enunciados abstractos fuera de la realidad, habrá que responderles que los derechos humanos son todos: las mujeres, los hombres, niñas y niños. Es decir, una realidad concreta. Dicho en otros términos, los derechos humanos eres tú con tu plena dignidad, libertad y búsqueda de la igualdad y por eso vale la pena hacer todos los esfuerzos para que se apliquen plenamente en las sociedades. Porque ni el poder más poderoso del mundo, ni la riqueza más rica, valen más que tú.