"¿Desaparición del intelectual?", por Gonzalo Portocarrero
"¿Desaparición del intelectual?", por Gonzalo Portocarrero
Redacción EC

En un sentido muy amplio, un intelectual es alguien que elabora ideas sobre algún tema de debate público. Y que lo hace, además, desde una posición que pretende ser desinteresada, por tanto lúcida y conveniente para el conjunto de una colectividad. Somos intelectuales en la medida en que tomamos una posición razonada en las controversias que mueven la opinión pública. En un sentido más restringido, sin embargo, el intelectual queda definido por una vocación que lo impulsa a elaborar, y comunicar, ideas acerca de la realidad tanto actual como posible. Esta vocación se funda en un desapego de los intereses personales, y en un esfuerzo permanente por imaginar y representar situaciones que sean las mejores para todos. Entonces el ejercicio de la crítica y la creación de ilusiones razonables son como la cara y el sello del ejercicio intelectual.

Esta definición permite distinguir al intelectual del crítico desencantado y del ideólogo profesional. El crítico desencantado se solaza en el escepticismo de manera que cualquier ilusión le parece una ingenuidad, y el pesimismo le sabe a garantía de inteligencia. Y el ideólogo profesional ensambla un discurso pastoral que simplifica la realidad y que descarta la posibilidad de opciones alternativas. A veces actúa por encargo, y en otras ocasiones por estrechez de miras y falta de visión. En realidad, los intelectuales más trascendentes son aquellos que logran seducir a una colectividad mostrándole su rostro más logrado. Es decir, una perspectiva, a la vez, sugestiva y realista de su futuro.

En el Perú, una sociedad tan heterogénea y fragmentada, los intelectuales han llamado a imaginar una vida en común. En un primer plano, destacan Vallejo, Mariátegui y Arguedas, pues renovaron las visiones del presente y el futuro de nuestro país. A su modo, cada uno elaboró un diagnóstico que era crítico de su época pero que estaba también cargado de esperanza. Y tuvieron una gran audiencia, pues, lejos de fulminar exclusiones, se esforzaron por convocar a toda la gente de buena voluntad. Compartieron la inquietud de anticipar un futuro que rescatara las peculiaridades históricas del país. Es decir, pensaron que “peruanizar al Perú” era la única opción de lograr una colectividad vigorosa, donde nadie tuviera que sentirse un paria, en la que todos compartieran la condición ciudadana y se sintieran vinculados por la misma historia.

Durante mucho tiempo la condición de intelectual, de persona que piensa y aspira a la integridad moral y al bienestar colectivo, estaba asociada a la toma de partido por la izquierda. Ahora, las cosas han cambiado. Está surgiendo algo nuevo, un pensamiento liberal que rescata el compromiso de la justicia que embanderó la izquierda, y la defensa de la libertad y la propiedad, basada en el mérito, que es lo más válido del mensaje de la derecha. No obstante, a esta intelectualidad liberal le falta un tanto de idealismo y otro tanto de enraizamiento en el país como para lograr una fisionomía propia, como para prefigurar un camino que sea atractivo.

Pero entretanto el país tiene que confrontarse con el debilitamiento general de los ideales; la caída de los valores que socava toda la institucionalidad, convirtiendo al éxito personal en el alfa y el omega de cualquier existencia. Esta propensión es de vieja data. Pero en los últimos años se ha acelerado de manera tan alarmante que ya nadie puede pensar que el crecimiento económico es, por sí solo, la panacea a todos los problemas. A la proliferación de la delincuencia, y la aparición del sicariato, corresponde, en el campo de la política, la creciente gravitación de la figura del cínico que funge de intelectual. Y lo que le falta en bondad y honradez le sobra en voluntad de poder y capacidad manipuladora. Sus planteamientos están orientados por una pretensión de eficiencia que disculpa cualquier reparo moral.

Entonces la función intelectual de elaborar, a base de fragmentos de la vida misma, visiones de futuro que entusiasmen y guíen está siendo retomada por el arte. Si hoy queremos registrar las huellas que encaminan al Perú a un buen porvenir debemos recurrir al mundo del arte. Véase por ejemplo, en Facebook, la página 100% mestizos, de un colectivo de jóvenes y talentosos artistas. Allí aparece un país reconciliado y orgulloso. Ahora hay que pensar cómo podemos llegar allí.