Las calles de la región Apurímac lucen vacías por el estado de emergencia, el pasado 18 de marzo.
Las calles de la región Apurímac lucen vacías por el estado de emergencia, el pasado 18 de marzo.
Richard Webb

Desde la conquista, la sierra peruana ha sido un imán para viajeros extranjeros. Su pasado de fábula y geografía exótica excitaban la imaginación y alimentaban los sueños de nuevos mundos y nuevas posibilidades humanas. Con el tiempo, se fueron sumando motivos más prácticos, como información para los negocios, reportes políticos de funcionarios y la creciente pasión por el descubrimiento científico. Sin embargo, como se evidencia en la compilación realizada por Estuardo Núñez “Viajes y viajeros. Extranjeros por el Perú”, que revisa la obra de más de 150 viajeros hasta el siglo XX, la atención principal estuvo dirigida a la cultura del pasado y a la naturaleza física y botánica de la sierra. Los habitantes contemporáneos, sus valores, condiciones de vida, diversidad regional y prácticas económicas y sociales tienen escasa mención en los reportes, ni en la forma de una ocasional conversación con algún habitante encontrado en el camino. La atención de los viajeros estaba puesta en el pasado y en las rocas y plantas. Al Perú llegaron nada menos que Charles Darwin y Alexander von Humboldt, y vino para quedarse un Antonio Raimondi, pero ningún Adam Smith, Max Weber, Auguste Comte u otro padre de las ciencias sociales. Una extraordinaria excepción fue el médico y antropólogo alemán Maxime Kuczynski, que se dedicó a descubrir la vida de personas en la sierra sur y en la selva, conviviendo con ellas y registrando historias personales con mediciones de características físicas, sociales y económicas.

La mirada del limeño a la sierra ha estado dirigida casi exclusivamente por las agendas de explotación económica y de control político, preocupaciones que dejaban poco o nulo espacio para la empatía o la simple curiosidad científica. Más que descubrimiento, la sierra fue reducida a un tema para el imaginario, como ha explicado el profesor Víctor Vich de la PUCP, una reducción de la realidad serrana a categorías racistas que apoyaban y sustentaban agendas de extracción y dominación, conceptos como el de una realidad “estática”, “bárbara”, “virgen”, “violenta”, y “explotable”. Pero el mundo da vueltas y en las últimas décadas surge un nuevo imaginario para la sierra, igualmente irreal pero esta vez, más bien, romántico, resumido en la frase de la historiadora Cecilia Méndez: “Incas sí, indios no”.

Lo más extraordinario en esta historia es que, desde hace dos o tres décadas, la sierra vive una transformación que tiene poco o nada que ver con la mirada y las expectativas desde afuera. Se trata de un extraordinario desarrollo productivo y social que ha superado el dinamismo de las otras regiones del país. La transformación se puede resumir en unas pocas cifras:

1) Hoy, la población serrana es más urbana (53%) que rural. 2) La categoría urbana más dinámica del país en la última década –con un crecimiento de 3,9% al año– ha sido el pueblo mediano de la sierra (muchos son capitales provinciales y distritales). 3) Dos tercios del ingreso familiar total de la sierra son urbanos. 4) El ingreso más dinámico de la última década –un crecimiento anual de 2,6%– ha sido el de las familias rurales de la sierra. El de Lima aumentó apenas 0,6% al año. 5) Desde el 2004, la mortalidad infantil en la sierra se ha reducido en casi la mitad, de 33 a 18 por mil nacimientos. 6) Desde el 2007, las familias con teléfono en la sierra han aumentado de 1% a 79%.

Otras mejoras son igualmente impactantes, como los niveles de alfabetismo y educativo, y el desarrollo de una nueva agricultura minifundista más tecnificada y con nuevos productos como el queso y los cuyes, con una creciente integración urbano-rural adentro de la sierra.

¿No es hora para una verdadera mirada a la sierra? ¿De buscar explicaciones para una realidad que está allí, a la vista, en vez de regiones imaginarias?