Andrés Oppenheimer

Hay una creencia generalizada de que el presidente electo de , , ayudará a crear un nuevo bloque de en América Latina, que incluiría a México, Argentina, Chile, el Perú, Colombia y posiblemente Brasil si la izquierda gana las elecciones de octubre en ese país.

Eso es muy posible, pero hay varias razones por las que esta nueva “marea rosa” de gobiernos izquierdistas elegidos democráticamente sería más débil y moderada que el bloque “anti-imperialista” que lideró el difunto gobernante venezolano Hugo Chávez durante la primera década de este siglo.

Primero, a diferencia de lo que sucedió durante el auge de los precios mundiales de las materias primas a principios de los años 2000, la mayoría de las economías latinoamericanas está en bancarrota.

La pandemia del COVID-19 y la caída de las tasas de crecimiento que ya venía de antes han dejado a la región sin dinero para explorar aventuras ideológicas. Y Venezuela, que otrora financiaba la confrontación regional con Estados Unidos, se ha convertido en uno de los países más pobres del continente.

En segundo lugar, aunque Petro prometió restablecer los lazos diplomáticos con Venezuela, como también lo hizo su rival electoral de centroderecha Rodolfo Hernández, el presidente electo de Colombia probablemente querrá mantener una prudente distancia del dictador venezolano Nicolás Maduro.

Petro no tendrá una mayoría en el Congreso y no puede darse el lujo de antagonizar a la gran cantidad de colombianos que inmediatamente se volverían contra él si se convierte en un aliado de Maduro.

Además, Venezuela se ha convertido en una fuente de problemas antes que de soluciones para sus vecinos. Más de seis millones de venezolanos han emigrado en los últimos años, la mayoría hacia Colombia, Ecuador y el Perú.

En tercer lugar, un nuevo bloque izquierdista latinoamericano no podría darse el lujo de resucitar los discursos antiestadounidenses de principios siglo porque sus integrantes necesitan desesperadamente inversiones extranjeras. El flujo de inversiones extranjeras hacia América Latina se desplomó un 45% en el 2020, lo que fue la mayor caída en el mundo en desarrollo ese año, según datos de la ONU.

En cuarto lugar, es probable que algunos de los actuales gobiernos de la “marea rosa” sean derrotados en las urnas tan pronto como el próximo año. Argentina celebrará elecciones presidenciales en el 2023, y prácticamente todas las encuestas muestran que si fueran hoy ganaría la oposición de centroderecha.

En el Perú, el actual gobierno pende de un hilo. Y aunque el partido populista de izquierda de México sigue liderando las encuestas, podría verse perjudicado por una economía en declive si hay una recesión en EE.UU.

En suma, es cierto que Petro ha sido en el pasado un aliado de Venezuela, y que algunos miembros de su coalición todavía se identifican con la izquierda jurásica procubana.

No se puede descartar que Petro sucumba a sus instintos populistas y que empiece a imprimir dinero a lo loco o a gastar reservas para dar subsidios masivos a la población, y luego culpe al “imperialismo” de EE.UU. por la bancarrota del país. Si decide seguir el manual chavista, Petro podría luego presentarse como el salvador de la patria, convocar una asamblea constituyente para cambiar la Constitución de Colombia y tratar de mantenerse en el poder por tiempo indefinido.

Todo eso es posible. Pero, por el momento, Petro merece el beneficio de la duda.

Y el gobierno saliente de Colombia merece crédito por celebrar elecciones pacíficas en un país profundamente polarizado y por respetar sus resultados. Irónicamente, ahora Colombia puede darle lecciones de democracia a Estados Unidos, donde el expresidente Donald Trump aún se niega a reconocer su indiscutible derrota en las elecciones del 2020.

–Glosado y editado–

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Andrés Oppenheimer es periodista