Maite  Vizcarra

Hace poco, estuve charlando con un par de personas que me pedían opinión sobre cuánto podrían influir las en las próximas . Cuando estas personas curiosas me iban formulando las preguntas, situé el alcance de mis respuestas, naturalmente, a las próximas elecciones municipales y regionales. No obstante ello –para mi sorpresa–, los consultantes se referían a una eventual nueva elección presidencial, en el escenario de un adelanto de elecciones.

Los consultantes también preguntaban si creía que era posible presentarse a una contienda electoral con un discurso en las redes sociales que no se identificara específicamente con un caudillo, sino más bien con un grupo de personas o escudería. Esto, además, en el supuesto de que se tratase de una nueva propuesta política.

La charla sostenida me ha permitido cavilar algunas ideas en torno de cómo se ha venido caracterizando el uso de las redes sociales y la repercusión de quienes pretenden llegar al poder. Y en esa caracterización es imposible negar –hasta hoy– que, debido a la preponderancia de los contenidos audiovisuales –sobre todo, los videos–, la comunicación política se identifica con el rostro de una persona en particular: “En política, el mensaje más sencillo es un rostro humano”, según .

La idea subyacente a la frase de Castells es que debido a la progresiva personalización de la política, el representante político se eleva en sí mismo a la categoría de mensaje. Nótese que no hablo de líder, sino de representante, para indicar que es posible contar con una pléyade de representantes políticos siempre que cada uno pueda consolidar un personaje distinguible.

Y es que la ausencia de propuestas basadas en una visión de lo que debería ser el Perú –o una ideología– hace que –desde hace varias décadas– toda la comunicación digital de quienes aspiran al poder termine personalizándose.

La personalización de las propuestas políticas implica que los aspirantes a gobernarnos hablen de sí mismos, publiquen sus fotos, bailen, canten, opinen sobre temas no políticos y retuiteen una y otra vez. Adicionalmente, los medios de prensa –digitales o tradicionales– reverberan esta tendencia convirtiendo su función informativa en un mero “voyeurismo” que a veces trilla con lo banal respecto de lo importante: la función pública.

Esta atracción por el personaje político –más que la persona– es lo que justifica además que hoy todo el mundo se concentre en la creación de historias y narrativas más que en la transmisión de argumentos. ¿Por qué? Porque una narración la suele hacer un individuo en particular, mientras que un argumento surge de la paciente decantación de ideas, que solo se logra bajo el alero de las instituciones, o los espacios de pensamiento y diálogo.

Entonces, volviendo al inicio de esta columna, y dando respuesta a la consulta aquella, hay que indicar que, pese a esta personalización de los mensajes políticos en entornos digitales, al predominio de los relatos y a la ‘farandulización’ de la propia vida, la ciudadanía peruana de un tiempo a esta parte ha dejado de comportarse como un mero espectador esperando a ver qué le sirven en el menú de shows.

Este interés en la cosa pública, que en el caso de la ciudadanía se expresa en una solicitud de rendición de cuentas vía memes, ‘tuitazos’ –protestas en Twitter– o incluso interpelaciones digitales públicas, abre un espacio al intercambio de ideas más allá de la mera narración de relatos.

Entonces, a la pregunta de si se puede proponer una nueva oferta política sin un caudillo(a), yo respondería positivamente: sí. Y, además, tendrá más opción de atraer aquella propuesta que vaya más allá de la ‘narrarquía’ y cuente con escuderías de gente pensante, solvente y, por supuesto, bien puesta. Esperemos a ver desde nuestras ventanas quiénes se animan a formar una.

Maite Vizcarra Tecnóloga, @Techtulia