Hugo Coya

No sé si por optimismo, pero los últimos acontecimientos me hicieron ver la luz al final del túnel ante la grave crisis política que enfrenta nuestro país, a pesar de que todavía persistan numerosas zonas oscuras a la hora de dilucidar por completo qué nos deparará el futuro.

Si bien goza de cierta fidelidad en el electorado que lo llevó al poder, resulta también innegable que el presidente ha comenzado a sufrir el desgaste de tantos escándalos a su alrededor.

Pero no solo se trata de sondeos. Hay algo más que poco a poco comienza a ser visible en el mandatario y que induce a considerar, aunque no lo admita, que está barajando la posibilidad de una eventual pérdida del poder. O, al menos, que sintiéndose tan acorralado actúa como si estuviera derrotado.

Este miércoles, el secretario general de la OEA, Luis Almagro, pidió convocar a una sesión extraordinaria del Consejo Permanente de dicha entidad para analizar un pedido del Gobierno en el que solicita la aplicación de la Carta Democrática, situación que solo se contempla cuando la democracia de un país miembro está en riesgo.

Otra prueba de ello es el discurso virulento contra la prensa y sus críticos delante de un puñado de reservistas convocados en el Patio de Honor de Palacio de Gobierno. “Nos mantendremos firmes hasta el 28 de julio del 2026, les guste o no les guste”, exclamó, dando la impresión, más bien, de que trataba de convencerse a sí mismo de que lograría semejante prodigio.

La perorata vino después de la revelación de que su exsecretario presidencial estuvo buscando asilo en las embajadas de México y Venezuela para miembros del denominado ‘Gabinete en la sombra’.

Como en una película de la mafia, Camacho ha denunciado amenazas contra su vida, atribuyéndolas a la supuesta organización criminal que está siendo investigada por la fiscalía, y advirtió que grabó un video con revelaciones que sería difundido en caso le sucediese algo.

Dentro de esa compleja trama, son cada vez más nítidas las evidencias acerca de la compra de congresistas para garantizarse votos que impidan la vacancia a cambio del nombramiento de allegados en puestos clave en el Estado y el otorgamiento de obras públicas.

No resulta descabellado que, con el avance de las investigaciones, más de uno de ellos comience a saltar del barco para evitar que la marea los arrastre hacia el descalabro. E, incluso, a la prisión, como ocurrió al final del régimen de Fujimori, en el que se realizaron con gran habilidad prácticas similares.

El solo hecho de que Castillo considere que existe una sola posibilidad de irse antes de tiempo constituye un enorme avance. Más allá de que se ponga fin a un Gobierno tan incompetente, se abre la posibilidad de que sobrevengan nuevos tiempos.

Sin embargo, no pretendo ni deseo ser ingenuo. Tendremos que pasar por un proceso bastante conturbado antes de que las cosas vuelvan a la normalidad y no necesariamente rápido.

A mi modo de ver, la alternativa más deseable es que, además del jefe del Estado, se vayan todos los congresistas que en su mayoría han demostrado que encarnan una lacra que debe ser extirpada de raíz.

Mi optimismo sobre la salida de Castillo no se debe tanto por instalar otro gobierno y otro Congreso. Se basa en la energía social que pueda liberarse cuando deje el poder.

Un cambio de gobierno dejará un amargo legado: el daño hecho por Castillo y buena parte de los actuales políticos a la democracia será difícil de reparar. No obstante, nos deja la posibilidad de volver a soñar.

Ya no se trata de repartir culpas por el ascenso de Castillo, sino de analizar con frialdad en qué momento una conjunción de factores negativos le abrió la puerta.

Los partidos deberán someterse a una purga extrema, reconociendo que su mayoría se ha transformado en guaridas de delincuentes e inescrupulosos que solo buscan el beneficio propio antes que el bien común.

En el caso de aquellos que continúan apostando por Keiko Fujimori, deben ser conscientes de que el antifujimorismo está tan arraigado que después de tres intentos fallidos por obtener la presidencia uno nuevo podría conducir al ascenso de otro Castillo o, quizás, de alguien peor.

Quienes depositaron su confianza en el actual jefe de Estado tendrán que admitir que nunca representó el cambio, sino la continuidad de lo peor que ha existido en la política nacional.

Mención aparte a los dinosaurios, a los que les toca reconocer que su tiempo pasó, que gritar “fraude” solo los puso en ridículo cuando no existían pruebas sólidas y que, encima, ayudaron a Castillo a victimizarse.

Por otro lado, un sector de la prensa debería hacer un mea culpa, revisar estándares y procedimientos, a fin de que no vuelva a cometer el error de apostar por un candidato durante una contienda electoral que sacrificó la credibilidad y le otorgó una poderosa arma al maestro rural para asirse contra ella.

Con todo, lo que sobrevendrá será brumoso y subsiste siempre el gravísimo peligro para la democracia de que sobrevenga el fascismo, sea de derecha o de izquierda.

Pero quisiera creer que superar una situación tan funesta liberará energía, pues, aparte de sus enormes problemas, el Perú deviene fuente extraordinaria de resiliencia.

Necesitaremos volver a creer en el país, en ese sentimiento de que hay objetivos nacionales, temas que interesan a todos, y no hay vergüenza ni capitulación en contribuir a ellos, junto a los que no piensan como nosotros.

El Perú es demasiado complejo para visiones tan estrechas. Pero su complejidad nos muestra que hay espacio para el surgimiento de líderes como Castillo, Keiko Fujimori, Rafael López Aliaga, Vladimir Cerrón o Antauro Humala.

Lo que nos queda hacia el frente es estar preparando el espíritu para un combate mayor. Admitir que el país está hecho añicos políticamente y, tras sepultar este amargo capítulo de la historia peruana, podremos iniciar la gran reconstrucción como lo hicimos tantas veces en el pasado.

Hugo Coya es periodista