"El rechazo al propio autoritarismo de Fujimori y la patética imagen que nos dejan los que levantan el miedo como respuesta no debería llevar a minimizar estos rasgos autoritarios de Castillo". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"El rechazo al propio autoritarismo de Fujimori y la patética imagen que nos dejan los que levantan el miedo como respuesta no debería llevar a minimizar estos rasgos autoritarios de Castillo". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Eduardo  Dargent

Discrepo con quienes señalan que no es un riesgo autoritario o que ese peligro está controlado por los límites que enfrentaría de llegar al poder. Sí hay una visión autoritaria de la política en Castillo. Y si bien de ganar tendrá poderosas barreras que lo limitarán, es necesario considerar en la evaluación un cambio de condiciones tras la primera vuelta que incrementa dicho riesgo.

Comencemos por la evidencia autoritaria. No especulamos sobre si Castillo puede ser autoritario: nos lo ha dicho de frente en distintos mítines y foros, en los cuales ha mostrado su visión de la política y la sociedad. Castillo entiende la política en clave populista: hay una élite corrupta que tiene secuestrada a un pueblo virtuoso. Las ideas que trazan esta división mezclan el viejo marxismo de manual con una mirada reivindicativa de la informalidad. La élite corrupta no solo engloba a empresas trasnacionales y sus aliados locales –algo común en las populistas–, sino también burocracias, reguladoras, órganos constitucionales autónomos, entre otros.

Hay un mensaje muy poderoso y justo en su discurso: los excluidos por la economía, el racismo o el desinterés burocrático deberían ser una prioridad. Pero esa visión de la política también tiene una clara raigambre antipluralista. Homogeniza y niega las diferencias y matices. Selecciona quiénes son parte del pueblo virtuoso y quiénes sus enemigos. Ese antipluralismo, además, se da la mano con la peor conservadora: ataca a las minorías y a la igualdad de la mujer. Sobra decir que este discurso muestra una mirada muy limitada de los retos para lograr un mejor desarrollo, una redistribución más justa y un Estado efectivo. Pero me centro en temas democráticos, que es lo que nos ocupa.

Claro, me dirán que una cosa es querer y otra, poder. Estoy de acuerdo con quienes señalan que Castillo enfrentará barreras si intenta esa ruta. Tiene a la élite económica en contra y la elección ha dejado un Congreso fragmentado, donde dista de tener mayoría. Está más cerca de la vacancia que del control. Además, la pandemia y la crisis económica limitan los recursos a su disposición para forjar alianzas. Sin lazos fuertes organizativos hoy, es más probable que la gente se canse de él antes que él entusiasme a la gente. Asimismo, le tocará gobernar en una plaza adversa como Lima, donde cambios económicos y ataques institucionales levantarán protestas. Todo eso debería controlarlo.

Sin embargo, negar la posibilidad de una línea autoritaria sería un error. Es equivocado creer que Castillo no goza de apoyo, pues apenas obtuvo 19% en primera vuelta, y que la disputa política será solo institucional. El salto en las encuestas indica que el respaldo a Castillo estaba creciendo al momento de la y hoy entusiasma más. Su apoyo real, entonces, no queda recogido en la foto de representación de la primera vuelta. De hecho, conocer esta alta aceptación lo ha vuelto más arrogante y menos preciso en lo que busca hacer. Mala señal.

Este mayor respaldo es un incentivo poderoso para buscar institucionalizarlo en una nueva representación. Y más si gana con facilidad en la segunda vuelta. Allí, la confrontación con el , institución siempre impopular, es una posibilidad abierta, sea para buscar cerrarlo constitucionalmente y elegir otro o para buscar una asamblea constituyente.

Además, no hay fuerzas con amplia legitimidad que se le opongan. Estos días hemos visto que lo que Castillo no tiene de talento político, lo compensa la torpeza y arrogancia de la derecha dura, como dice Rodrigo Barrenechea. Esa derecha, que ha ‘terruqueado’ a todo el espectro político, no tiene muchas credenciales para defender la democracia ni sabe construir alianzas. Y el centro está diezmado. Castillo es débil, pero el resto de actores políticos también.

El rechazo al propio de y la patética imagen que nos dejan los que levantan el miedo como respuesta no debería llevar a minimizar estos rasgos autoritarios de Castillo. Es una ruta posible, y no señalarla o edulcorar al candidato, es darle alas.