Richard Webb

Los textos que estudiamos para comprender el desarrollo económico no dan cuenta de algunos factores importantes. Nos hablan de leyes, inversión, estabilidad y tecnología, pero poco dicen de la importancia que han tenido algunas facetas elementales del propio ser humano, como la espalda, las manos y el alma.

La primera fase de la vida humana fue un período de largos milenios, cuando pasamos de ser simples recolectores de alimentos naturales a descubrir las posibilidades de sembrar. Recién, con esa primera agricultura, fuimos liberados de la condición de las demás especies animales que seguían en un estado de dependencia de los alimentos que podían recoger o cazar. Pero si bien esas primeras mejoras agrícolas nos diferenciaron de otros animales recolectores, las posibilidades humanas se encontraban fuertemente limitadas por nuestras propias fuerzas físicas. Ciertamente, el pasar de los milenios trajo pequeños avances agrícolas, y fue dando pie a una primera producción de bienes y servicios que no eran alimentos, como la cerámica y algunas herramientas, pero en todo ese período el instrumento principal de trabajo siguió siendo la espalda, y la gran mayoría de la población se encontraba esclavizada por la rudeza y las exigencias físicas del trabajo de chacra.

Una segunda etapa de la historia humana se inició recién con la llamada revolución industrial producida en Europa a mediados del siglo XVIII, cuya esencia consistió en la creación de una energía mecánica. En poco tiempo el ‘músculo’ creado por las primeras máquinas fue sobrepasado por continuas mejoras mecánicas, multiplicando la fuerza física que podía aplicarse, por ejemplo, para ensamblar o cortar o transportar cargas de productos agrícolas y manufacturados. La revolución industrial rompió el limitante muscular de todo el trabajo productivo realizado durante milenios, permitiendo así una multiplicación de la producción y transporte de casi todo tipo de producción. Sin embargo, si bien las nuevas maquinarias multiplicaron el tamaño y volumen de los productos fabricados, no eliminaron la necesidad de una mano humana para cargar y controlar el trabajo de las máquinas, y esa ‘mano’ guiadora le dio nombre a todo lo producida en esta nueva etapa de multiplicada ‘manufactura’ bautizada como una revolución industrial. El carácter ‘guiador’ y de poca fuerza física de esa labor guiadora es revelada por la infancia de una mayor parte de las primeras fuerzas de trabajo de esas nuevas fábricas, con niños de entre cinco o seis años, contratados para trabajar incluso 12 horas diarias.

Hoy vivimos una transformación productiva quizás tan grande como la creada por el descubrimiento de la agricultura, y también como el invento de la manufactura. Me refiero a la migración masiva de la actividad productiva a las ciudades, fenómeno desatado por la industrialización pero que hoy es impulsado no por fábricas sino por las posibilidades y necesidades productivas de actividades de servicios. Así, en los países de la OCDE la manufactura hoy contribuye 13% de la producción total nacional, pero su población urbana es 81% de la población total. Hoy, la gran mayoría de la producción en las ciudades consiste en servicios, tanto los servicios generados por la gran empresa comercial, bancaria, de salud, como por la burocracia estatal, pero en casi todos los países ha crecido también la empresa pequeña o individual, muchas veces considerada ‘informal’ e incluso improductiva.

Sin embargo, está faltando una comprensión de la verdadera esencia productiva de gran parte de esa actividad urbana, cuya existencia se debe precisamente al éxito logrado en los frentes más básicos, primero en la producción de alimentos, y luego por una industrialización que ha abaratado enormemente la provisión de productos fabricados. Así, uno de los servicios básicos para la vida humana es la salud, pero la salud no es un bien estándar, como una Inca Kola, sino una atención con enorme margen de especialización. En la ciudad es normal buscar la atención del especialista que corresponde al problema médico, posibilidad que no existe en un área rural. El ‘producto’ de una médico general no es el mismo producto que provee el médico de todo servicio de una pequeña comunidad. Esa misma diversificación y especialización se da en casi todos los servicios que sí pueden existir en una ciudad. Como se nota, la producción ha pasado de la espalda a las manos, y de estas a la persona integral.

Richard Webb es director del Instituto del Perú de la USMP