Patricia del Río

En estos días nos llegan noticias de distintos países en los que se está legislando sobre la salud menstrual. En el Perú existe una ley aprobada durante el gobierno de Francisco Sagasti que asegura que toda mujer tiene derecho a información oportuna sobre el tema y a contar con todos los elementos que le permitan un manejo e higiene adecuados de su .

Hablar de la menstruación y exponer qué cambios produce en nuestro organismo es una manera de desmitificar este evento que está lleno de estúpidos prejuicios. Según una encuesta recogida entre 90 mil mujeres por el aplicativo móvil Clue, las lenguas del mundo ofrecen más de cinco mil eufemismos para referirse al período menstrual. Todo un ejercicio de creatividad lingüística que da cuenta de que se trata de un tema tabú del que hay que avergonzarse. La publicidad de compras hasta ahora se esmera en reemplazar la sangre por líquidos azules como si graficarla roja diera asco.

Los prejuicios más dañinos, sin embargo, son los que sostienen que las mujeres nos ponemos histéricas cuando estamos menstruando. Cuántas veces hemos tenido que soportar que nos descalifiquen con el típico “estás con la ” ante la menor discusión. Sí, podemos experimentar algunas variaciones en nuestro humor, pero si se tratara de hechos relevantes viviríamos en un mundo inmanejable en el que cada veintitantos días la mitad de la población se loquea.

Por eso me resulta especialmente desconcertante que estén impulsándose, en España, por ejemplo, leyes que buscan otorgarles descanso laboral a las mujeres que sufren reglas dolorosas. Como si se tratara de una condición incapacitante o una enfermedad que nos vuelve improductivas.

Particularmente, tuve durante buena parte de mi vida períodos que me partían en dos la espalda, me mareaba y alguna vez me provocaron desmayos. Si los síntomas eran muy intensos recibía una dispensa para el trabajo o la universidad. Lo que no entiendo es por qué se necesitaría una ley especial para algo tan obvio. ¿Acaso existe una similar para mandar a descansar a alguien con migraña, o con un ataque de gota, o una infección urinaria? No, solo se requiere sentido común y un médico que sepa reconocer los síntomas que sacan de juego a una persona por unos días.

El problema de fondo que traen estas iniciativas es mucho más complejo de lo que parece: las mujeres les estamos diciendo a los hombres que la regla sí es un problema, que necesitamos tratos especiales, que somos unas lunáticas que mutamos una vez al mes. Es decir, estamos reforzando el prejuicio que tanto nos estaba costando desmontar.

Plantear el tema no es fácil para quienes luchamos por un mundo en el que las mujeres no vean frustradas sus aspiraciones por culpa del machismo. Sin embargo, esta lucha carece de sentido si no somos capaces de mirar críticamente algunas demandas que en lugar de promover la acentúan las diferencias.

Como señala Caroline Fourest (lesbiana y feminista para más señas), en su libro “La generación ofendida”, el combate por marcar la diversidad está en muchos casos opacando el combate por la igualdad, que es más ambicioso y difícil. Y este principio puede aplicarse a muchas cruzadas como las de los grupos antirracistas. En Estados Unidos, por ejemplo, se considera una ofensa que las mujeres blancas se trencen el pelo al estilo de las afroamericanas. En lugar de que un peinado se popularice y sea usado por todos, se busca preservarlo como un rasgo diferencial, de “identidad” que puede fomentar la discriminación. Pensemos nomás en la cantidad de veces que el presidente Castillo ha utilizado este tipo de argumentos para dividir, diferenciar, separar.

Tal vez estamos perdiendo de vista que debemos vivir en un mundo donde llevar trenzas, menstruar, ser moreno o blanco no cierren ninguna puerta. Donde la diferencia no marque, no importe. Como para pensarlo.