Ficción y verdad, por Pedro Suárez-Vértiz
Ficción y verdad, por Pedro Suárez-Vértiz
Pedro Suárez Vértiz

Canciones mías como Talkshow, que relata la historia de una amiga de mi ex enamorada; Los niños se enamoran, que cuenta un idilio infantil; y Me elevé, que narra la experiencia de volver a la vida del productor Manuel Garrido Lecca cuando niño, forman parte de situaciones que viví. El resto de mis canciones no son mentira, pero son más una mezcla creativa de sueños, vivencias y ocurrencias. Los hits de éxito instantáneo –como Cuéntame; Lo olvidé; No pensé que era amor; Alguien que bese como tú; Los globos del cielo; Cuando la cama me da vueltas; Me resfrié en Brasil; Cangrejo; Un vino, una cerveza; Cuando pienses en volver; No llores más, morena– son 100% pura imaginación. Por otro lado, hay otros temas consagrados, como la misma Talkshow, Me siento mejor, La vida me sabe a nada o Sentimiento increíble, que no fueron un éxito inmediato, pero que ahora lo son. Ese fenómeno de efecto retardado es común: I will survive, de Gloria Gaynor –el himno de la música disco–, nunca sonó tanto como los temas de Bee Gees, Village People u Olivia Newton John, reyes de la época, pero el tiempo la glorificó como la más emblemática de todas. Pero eso ya es tema de otro artículo.

Muchos preguntan cómo escribir letras de canciones exitosas. Algunas son retazos de verdad construyendo una historia ficticia. Una idea falsa se mezcla con una verdadera y brota algo nuevo. Les explico: mis pocas canciones que relatan historias son pura imaginación. Por ejemplo, siendo totalmente abstemio compuse Cuando la cama me da vueltas. No le dediqué, ni me inspiré, ni describí a ninguna mujer real en La española, Cuéntame o Globos del cielo. Tampoco tuve sexo en la Costa Verde para escribir Mi auto era una rana y menos me resfrié en Brasil para componer el tema de Arena Hash – ese país lo conocí recién 15 años después. Igual pasó con Si escuchas a un ángel o Lo Olvidé. Antes de escribir esta última –y he aquí otra singularidad–, ya tenía baladas muy reconocidas, como Sé que todo ha acabado ya, Cómo te va mi amor, No pensé que era amor, Alguien que bese como tú y muchas más. Canciones que me sumaron bastante como músico, pues me sacaron de la mera categoría de rockero y ampliaron mi audiencia notablemente hacia el gran público romántico.

Pero Lo olvidé, por ejemplo, no tiene mucho que ver con la historia que se ve en su videoclip, dirigido por Felo Foncea y Felipe Sepúlveda, quienes le añadieron mucho dramatismo y hechos nuevos, pero quedó tan bonito que no me opuse. En él se ve a una pareja de ancianos: ella de joven enfermó por el mal carácter de él y terminó en un sanatorio. Yo jamás hablo de eso en la canción, pero la gente me decía ‘qué linda tu canción de los viejitos’.

Es complejo. Hay muchas canciones románticas verdaderas pero subjetivas, no descriptivas ni concretas, como Nadia, Me elevé o Globo de gas. Son las maneras reales de escribir una canción: con poesía que sale del alma, te entiendan o no. Solo que a la gente romántica latina le gusta lo descriptivo; no vuelan con nada. Jamás una canción en español se podría haber llamado Campos de fresas eternos. Acá todo es concreto, masticado, como: Ojalá que te mueras, Una noche de copas, La incondicional, Ese hombre que tú ves ahí o El día que me quieras. No nos atrevemos a ser metafóricos.

Los artistas no necesitan experimentar para poder componer, solo dejar correr su imaginación y sus sueños. Hay que escribir con el alma. Como si fuera una realidad paralela. De ahí la fuerza de la palabra. Y si no son un éxito inmediato, lo serán a largo plazo. Eso sí, la letra más extraordinaria sin una buena melodía no sirve.

Esta columna fue publicada el 11 de junio del 2016 en la revista Somos.