Gobernar en alas de la música, por Enrique Bernales
Gobernar en alas de la música, por Enrique Bernales
Enrique Bernales

Cuentan que una vez le preguntaron al compositor Franz Schubert: ¿Y usted cómo compone? A lo que respondió: “En alas de la música”. Las alas son para volar y tener una visión tan grande, que solo el horizonte nos impide ver más allá.

Alas para volar, para visionar el conjunto de las cosas. Volar nos ayuda a sentir, a soñar. Los músicos, efectivamente, componen alzando el vuelo para inspirarse, auscultar el alma humana y ofrecernos melodías que conducen a la alegría, al amor y, a veces, al dolor. Solo una vez, cuando compone, la música es de quien la escribe. Pero después es nuestra, de todas las veces que la escuchamos, la cantamos o la bailamos.

Así también empleamos las alas de nuestra inteligencia para enseñar, investigar, pintar, esculpir, hacer teatro o mimo. Hasta los políticos, los más sensibles, usan las alas de la imaginación para hacer que la política sea razonable. 

Cuento una divertida situación que viví en mis épocas de senador. Era una sesión en que se debatía lo que luego fue la Ley Universitaria 23733. Intervenía un colega que se extendía en nimiedades hasta que Luis Alberto Sánchez, presidente de la Comisión de Educación, harto de tantas vaguedades, lo interrumpió para decirle: “Senador, acabe por favor; usted salta como perico… vuele como águila”. Sabias palabras de un lujo de parlamentario.

Estas reflexiones se inspiran en el sobrio discurso del presidente Pedro Pablo Kuczynski en la inauguración de su mandato, en que llamó a la unión de los peruanos, proponiendo los lineamientos básicos para trabajar en la perspectiva de la celebración del bicentenario. El presidente habló como jefe de Estado, dejando a su presidente del Consejo de Ministros el presentar ante el Congreso, como lo dispone el artículo 130 de la Constitución, “la política general de gobierno y las principales medidas que requiere su gestión”. Es lo que corresponde a un régimen político mixto presidencial-parlamentario, que en parte se inspira en la Constitución francesa de 1958.

Pero quiero recuperar ese pasaje de la intervención presidencial en que se refirió a la educación como requisito indispensable para ser un país desarrollado. En donde habló de la necesidad de enriquecer la enseñanza escolar, con el cultivo de las artes y, en especial, de la música, por ser una vivencia enriquecedora que ayuda al desarrollo humano.

De acuerdo, la adquisición de una sensibilidad que fortalezca la inteligencia y facilite el acceso al conocimiento de las letras, las ciencias y la técnica tiene relación directa con la formación y la práctica de las artes y, en especial, de la música. ¿Por qué? La razón es muy sencilla: los humanos somos musicales. Está en nuestra naturaleza cantar, bailar, oír y deleitarnos con los sonidos que nos gustan. Descubrimos música en el viento, en el vaivén de las olas, en el templar de unas cuerdas y, por supuesto, en la voz humana.

Estamos, pues, dispuestos para la música y la necesitamos como expresión esencial de los sentidos. La hay para el descanso, el amor, la melancolía y las alegrías desbordantes. 

Desde muy temprano tuve acceso a la música. Me educaron con ella en el hogar, en el colegio, donde hacíamos coro y recibimos desde quinto de primaria cuatro horas semanales de un curso de música. ¿Cuántas horas se dictan ahora? Me temo que muy pocas o ninguna, salvo en algún colegio privado, porque hay profesores de música, pero el Estado no les da trabajo. 

¿Por qué no se hacen musicales en las universidades? ¿No es acaso una práctica usual en las mejores del mundo? Pero añado que siento un gran pesar cuando observo que la gente joven no frecuenta los teatros y, sin embargo, la llamada música clásica como la popular es una experiencia tan grata como los conciertos de las bandas de rock. Entonces, señor ministro de Educación, querido amigo Coco, ministro de Cultura, señores rectores, tenemos una tarea que cumplir: recuperemos a los jóvenes para la vivencia de las artes.