"Es ya tan obvio que no sabe gobernar que quizá sea bueno que, al menos, sea plenamente consciente de ello" (Ilustración: Giovanni Tazza).
"Es ya tan obvio que no sabe gobernar que quizá sea bueno que, al menos, sea plenamente consciente de ello" (Ilustración: Giovanni Tazza).

Nunca he sido de fáciles optimismos. La mayoría de las veces coincido en que el pesimista es un optimista bien informado. Pero siempre quiero percibir en el horizonte aunque sea algún atisbo de optimismo, de que las cosas pueden cambiar.

Hoy no lo logro.

Crece en mí la sensación de que no hay mucho de dónde agarrarse para salir de la espiral del inodoro en la que nos encontramos. Uno que este verano tiene fetidez y turbiedad añadidas por el petróleo.

No fueron los 0,16 barriles de hidrocarburo que dijo al inicio, sino 6.000. La empresa se aferra a que un “oleaje anómalo” fue el que causó el desastre.

Quienes hemos visto lo breve y mínimo que este fue en otras playas (hube de lamentar que mi toalla se mojase), y dado el testimonio de los veleristas anclados en el lugar por falta de olas y viento, debiéramos asumir que, con una anomalía medianamente fuerte, se habría desparramado la carga entera. Quizá la frase que mejor resume su pésimo manejo de esta crisis es: “Nosotros no somos responsables”.

De parte del Gobierno, lentitud y desorden. El presidente, con atril en playa, aportó con frases deshilvanadas y hasta incomprensibles. Por su parte, cuando la primera ministra se dio cuenta de que su gran logro (haber conseguido canastas de alimentos para los damnificados) era digno de burla, se pasó al otro extremo y quiso encabezar la ofensiva contra la empresa, por ser privada: “Estamos convocando expertos para revisar contratos del Estado con la empresa”.

Indignación bien selectiva, dado que los indignados de hoy son los que ayer le dieron dos añitos más a la minería ilegal para que destruya el medio ambiente, al ritmo de un derrame de Repsol por día.

En paralelo, la violencia delictiva parece desbordarse. No es que antes de estuviéramos bien. Pero hasta los delincuentes parecen percibir que las autoridades no tienen la menor idea de qué hacer frente a ellos y, peor aún, de que la poca institucionalidad que hay para combatirlos se está peleando consigo misma desde hace meses. Durante su entrevista con César Hildebrandt, el presidente mencionó: “Hay que darles tiempo para que se pongan de acuerdo”.

Y mientras no lo hacen, nuevas acusaciones gravísimas asoman. El subcomandante de la Policía, que renunció en protesta por los ascensos irregulares, sostiene que estos se compraban a US$25.000 pagados a Bruno Pacheco, el ex funcionario que, en ese entonces, era el más cercano al presidente.

Eso nos remite a nuestro estudiante de presidente. “Yo no fui entrenado para ser presidente”. “[El Perú] va a seguir siendo mi escuela todos los días”. Es ya tan obvio que no sabe gobernar que quizá sea bueno que, al menos, sea plenamente consciente de ello.

Dice que no sabía qué era el y, menos aún, que algunos de sus ministros tuvieran ominosos vínculos con Sendero Luminoso. “Si a mí me hubiese constado que estos señores están metidos ahí, yo no los hubiese hecho jurar”.

A lo mejor, sugerirle que en este primer grado de formación para presidente (que, lamentablemente, no contempla la lectura de los diarios o el ver los noticieros, como él, no sin cierto orgullo, ha reconocido en la misma entrevista con ), le mencionen que él puede consultar a todos los funcionarios. En este caso, una llamadita al general Arriola, de la Dircote, y este le habría explicado que la huelga que dirigió en el 2017 era del Conare-Movadef y que al menos dos de sus ministros eran parte consustancial de aquello.

Esa versión de sí mismo, como el bueno que ha sido engañando por malos individuos, se transforma en imprecisión y hasta amnesia cuando se trata de no comprometerse, aún más, en los casos que lo persiguen. “Voy a Breña porque es la casa que me cobijó en la campaña y voy a tomarme un café”. “Hay muchas veces que [los empresarios] preguntaban acá, y como saben que [he] ido llegan allá”. “No conozco a Karelim López”.

Abona a mi pesimismo el hecho de que no ha acabado enero y ya el Ministerio de Economía y Finanzas (que usualmente exagera hacia arriba para generar confianza) ha modificado a la baja las proyecciones de crecimiento para el 2022 (entre 3,5% y 4%) y de la inversión privada (entre 0% y 2%). Qué lejos quedaron los grandilocuentes autobombos por el rebote del 2021.

Agréguese al desafío económico del año que empieza que el Congreso ha decidido que hay que devolver S/42.000 millones más a los fonavistas. Es que los congresistas en el Perú son muy buenos. Por eso también omiten la merecidísima censura al ministro de Transportes y Comunicaciones, adalid de los colectiveros ilegales. Por eso quieren proteger a los estudiantes reviviendo las universidades chatarra. Y tantas bondades más.

Llegado aquí, traiciono mi pesimismo inicial.

Me gana al final la sensación de que el Perú superará estas desventuras. Lo hemos hecho ya en peores situaciones.

Me ilusiona pensar en que seremos como el agónico piquero que, atendido con manos cariñosas, trastabillando al inicio, comienza a caminar. Luego, pese a un dificultoso despegue, vuela. Mira abajo a los culpables, con tristeza y desprecio, pero su esperanza renace frente al mar abierto.