Miguel  Erroz

¿Qué se necesita para crear un país donde impere la justicia? Esta es la pregunta a la que todos nos enfrentamos. Algunos opinan que la solución está en confiar en dirigentes con un sentido moral intachable. Que, debido a que la ciudadanía no elige a los gobernantes correctos, vivimos en países donde reina la . Pero ¿seguiremos buscando ángeles?

La experiencia ha demostrado que la justicia gira en torno a la de los que conciben las leyes y de los que las ejecutan. Por consiguiente, la primera pregunta que se debe responder es: ¿cuáles son las motivaciones que afectan el comportamiento imparcial?

Al analizar este tema, es importante tomar en cuenta que las acciones de los individuos son visibles, pero las motivaciones no. Si bien no resultan fáciles de detectar, la fuente de estas a menudo procede de circunstancias externas al propio ser.

Tres elementos impactan sobre la imparcialidad: el carácter moral, las normas y, más importante, los conflictos de intereses (como las dependencias), ya que ahí se encuentra la diferencia entre las sociedades que gozan, o no, de justicia.

Primero, el carácter de una persona comprende sus valores y su capacidad para mantenerse fiel a ellos. En general, las personas valoran la conducta correcta sobre la incorrecta. No obstante, debido a que el autocontrol es limitado, menos personas lograrán resistir la tentación de participar en una conducta indebida en la medida en que esta otorgue mayores beneficios personales. Dado que los seres humanos no son ángeles, mientras mayor tentación produzcan los conflictos de intereses, mayor será, asimismo, la propensión para actuar de manera parcial.

Segundo, todos los grupos sociales, , etc., tienen normas (por ejemplo, reglas, tradiciones y expectativas) a las que los individuos deben ajustar su conducta. Estas se obedecen debido a que cada miembro las internaliza y hace propias para así lograr la aceptación y la legitimidad. Por esto, cuando las normas favorecen una mala conducta, la conciencia se desorienta y muchos se guían por lo que estas dictan.

Finalmente, la estructura organizacional consiste en relaciones de dependencia establecidas entre los miembros de una comunidad. La dependencia se crea mediante el control de algún recurso que otra persona necesita. Estas subordinaciones, mal estructuradas, otorgan a unos un poder desmedido sobre otros. Por ejemplo, cuando un funcionario puede ser destituido arbitrariamente por un dirigente político, esto le concede poder al político para controlar algo que es valioso para el agente público. El resultado es que el funcionario será menos capaz de conducirse libremente: podrá ser presionado a actuar según el interés del político como condición de su propio bienestar.

Es decir, una persona puede ejercer sus funciones de manera parcializada porque ha sido expuesta a la coerción para forzar su voluntad. La medida en que un individuo (por ejemplo, un dirigente político) puede restringir el bienestar de otros (por ejemplo, de los fiscales) determina la cantidad de presión que este puede imponerles para promover su opinión, prejuicio, interés o deseo. Esto implica poder, definido como “la habilidad de conseguir que un individuo actúe de una manera que de otra forma no lo hubiese hecho”.

¿Qué cosas motivan el comportamiento imparcial? La respuesta no es evidente y requiere un análisis. En este, no cabe duda de que un factor importante es el grado de dependencia que tenga la persona frente a aquel con un interés particular.

En nuestro sistema actual, muchos funcionarios dependen de los políticos, así como también los políticos dependen de militantes y patrocinadores económicos. La población tampoco se escapa, ya que el acceso a los bienes y servicios públicos (permisos, trámites, empleos, etc.) está ligado al favoritismo político. El triángulo de dependencia formado entre partidarios, políticos y funcionarios deja a la mayoría de la población en desventaja.

Es importante saber que existen estructuras gubernamentales (por ejemplo, quién nombra al juez) que rompen este triángulo de dependencias, eliminan otros conflictos de intereses y generan mejores resultados. Al contemplar el tema de la corrupción, debemos ser conscientes de que este abarca más que la moralidad y las normas. Si bien los seres humanos no son ángeles, es factible disminuir la tentación de comportarse de manera parcial al reducir las dependencias y otros conflictos de intereses. Solo entonces podremos lograr un país donde reine la justicia.



*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Miguel Erroz es arquitecto Miembro del Instituto Iberoamericano de Derecho Constitucional