"En el Congreso, Fuerza Popular parece sentirse muy satisfecha con el rol fiscalizador, cada vez más cercano a la obstrucción, que tanto les seduce en los últimos meses". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"En el Congreso, Fuerza Popular parece sentirse muy satisfecha con el rol fiscalizador, cada vez más cercano a la obstrucción, que tanto les seduce en los últimos meses". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Gonzalo Portocarrero

En los últimos meses ha regresado el pesimismo que muchos daban por cancelado por el impresionante crecimiento de la economía en los últimos 20 años, y por la vigencia de la estabilidad política desde hace 15 años. Pero ahora la situación ha cambiado. Cayeron los precios de los minerales, de modo que resultará difícil recuperar los niveles de inversión alcanzados hace algunos años. Y, de otro lado, la gobernabilidad vuelve a ser un tema problemático, pues está visto que el necesario acuerdo entre el Gobierno y la oposición no será tan sencillo.

Bueno fuera que el diálogo que el Gobierno y la oposición establecerán lleve, a través de mutuas concesiones, a la recuperación económica y la estabilidad política. Pero se trata solo de un deseo, pues en la política nada hace presagiar esta posibilidad.

En la economía, la situación está por verse, pues no llegamos a saber con certeza hasta qué punto el país se ha capitalizado en los últimos años. Y todo parece indicar que la única fuente de dinamismo, en el decisivo campo de las exportaciones, será la agricultura.

En cualquier caso, es claro que se aproxima una oleada de reivindicaciones. La lucha por mejores remuneraciones de parte de los trabajadores del sector público ya ha comenzado. Y otro tanto ocurre con las demandas de obras públicas en las regiones.

Entonces, ya no se trata, como hasta ahora, de administrar la abundancia, una situación excepcional en el Perú. En este momento, lo que toca es lograr un acuerdo social que permita evitar un crecimiento exponencial del déficit y las presiones inflacionarias consiguientes.

Pero la posibilidad de este acuerdo, pese a ser la opción más sensata que tenemos a nuestro alcance, es bastante remota. Ello pues supone una buena voluntad que resulta difícil de imaginar en nuestras fuerzas políticas.

En el Congreso, parece sentirse muy satisfecha con el rol fiscalizador, cada vez más cercano a la obstrucción, que tanto les seduce en los últimos meses. Los dirigentes del fujimorismo presumen que ellos podrán capitalizar el desgaste del Gobierno. El apoyo que pierda el Ejecutivo se convertirá en más votos para ellos.

Incluso algunos simpatizan con el escenario de un fin anticipado del Gobierno y una convocatoria a elecciones anticipadas en las que Keiko sería la segura ganadora. Aunque nadie puede garantizar que una posibilidad así se vuelva realidad. Lo más probable es que otro político, como Julio Guzmán, sea el ganador en esa situación. Especialmente si se hace más visible el juego político del fujimorismo: paralizar la acción del Gobierno al mismo tiempo que se proclama defensor de la democracia y la Constitución.

Basta ver el rostro del congresista Héctor Becerril para darse cuenta del intenso goce que le procura tener de rodillas al primer ministro Fernando Zavala. A muchos congresistas del fujimorismo no les interesa mucho el futuro del país. O, en todo caso, obsesionados por el ejercicio del poder, pierden perspectiva y miran al Perú preocupados únicamente por mejorar sus situaciones personales.

Y por el lado del oficialismo, lo que se observa es un gobierno débil y arrinconado con muy pocos cuadros significativos y carente de iniciativa y reflejos políticos. El buen humor del presidente y su apuesta por conquistar a la mayoría ciudadana, a través de un talante ingenuo y simpático, ha perdido mucha credibilidad.


Y el Frente Amplio parece acercarse a una (auto)destrucción. Sin tener un programa creíble para el país, trata de sacar provecho de la situación política, apostando a liderar el descontento. Pero el cultivo de una posición intransigente no le sirve de mucho, pues aunque puedan ganar algunas simpatías, la gente ya sabe a dónde llevan sus políticas: al desastre.

De cualquier forma, los próximos años se anuncian como inciertos y llenos de peligros. Entonces, se trata de dar al diálogo una oportunidad. Superar el espíritu confrontacionista saliendo del guion trágico donde parece que estuviéramos atrapados, a la manera de “Crónica de una muerte anunciada”, la novela de Gabriel García Márquez, en una trama donde nadie quiere el asesinato por venganza que está al borde de ocurrir. Lo trágico es que todos los personajes, por una cuestión de orgullo, han hecho todo lo necesario para que ello ocurra. Pero siempre queda la esperanza en que el amor por el país nos impulse hacia la sensatez y el acuerdo.