Nelson Manrique, en una interesante ponencia titulada “La mayoría invisible: los indios y la cuestión nacional”, publicada en una obra colectiva en el 2003, sostiene –con razón– que debe conciliarse la diversidad cultural con la unidad nacional, y que esta conciliación implica el reconocimiento pleno de la ciudadanía “con el conjunto de derechos que eso supone, para que los indígenas puedan construir su propio futuro”. Lo que implica, prosigue el autor, dejar la actitud paternalista y “afirmar el espacio [para] que puedan desplegar, a partir de su propia identidad, el desarrollo de sus propias culturas para brindar el aporte necesario y construir la nación que queremos”. Continúa Manrique explicando que ahora se acepta “la incorporación de los indígenas a la nación”; sin embargo, “todavía persiste una especie de chantaje por el cual se acepta que el indio puede incorporarse como ciudadano a condición de que deje de ser indio”. Incluso para él, “el propio discurso del mestizaje ha terminado significando desindigenización: dejar de ser indio para ser peruano”. Cambiar el etnocidio biológico (la eliminación física de los indígenas) por el etnocidio cultural (la eliminación de su identidad).
Precisamente, para afirmar y entender a los igualmente llamados “pueblos originarios”, aquellos que estaban en nuestro continente desde antes de la llegada de Colón, se desarrolló una teoría –que en el fondo es una ideología– conocida como indigenismo.
Al respecto, el antropólogo mexicano Héctor Díaz-Polanco, experto en análisis de identidades y de las autonomías en América Latina, sostiene que el indigenismo puede entenderse de dos maneras: como noción de sentido común y como categoría teórico-política. En el primer caso, se trata de una connotación positiva, “en tanto generalmente se aplica a los que defienden y manifiestan aprecio hacia las culturas o los valores indios”; en cambio, el segundo es una política de Estado “que se formula unilateralmente (por los no indios) para ser aplicada a los considerados otros”.
Hay una coincidencia entre lo que afirman Manrique y Díaz-Polanco, y es que los pueblos indígenas, en la mayoría de los casos, han sido privados de ser protagonistas de su destino. Ello significa que no han sido y todavía no son –en el Perú esto es muy notorio– ciudadanos plenos, sino de segunda o de tercera categoría, según la etnia a la que pertenecen. Están visiblemente marginados y son invisibilizados. En otros términos, esto quiere decir que, cuando pasan delante de nosotros, no los vemos y, peor aún, no entendemos sus problemas ni acogemos sus reclamos.
El antropólogo francés Henri Favre, en su obra “El indigenismo”, explica que esta es una corriente de opinión favorable a los indios, que toma una posición de defensa tendente a proteger a la población indígena, a defenderla contra las injusticias y a hacer valer sus cualidades y atributos. El americanista galo distingue el indigenismo del indianismo. El indianismo es la expresión políticamente organizada para defender y hacer valer los derechos de los indígenas en cuanto ciudadanos. Para ello, han constituido un conjunto de instituciones nacionales e internacionales para que dichos derechos tengan un valor universal.
Si bien en los últimos años ha habido esfuerzos para que los pueblos originarios, manteniendo sus costumbres y sus instituciones, se integren como ciudadanos plenos, en el caso del Perú este proceso se ha debido más a nuestra realidad socioeconómica que a políticas que apunten hacia esa dirección, salvo una que otra excepción. Ellos tienen muchos reclamos sin resolver y que no son recientes; vienen desde el Virreinato.
El Perú sigue siendo una sociedad de baja integración social. Esto explica, en gran parte, nuestros conflictos y contradicciones. Porque la desintegración no es solo de los indígenas, sino de otros grupos, como los afroperuanos, los descendientes de asiáticos e incluso algunos descendientes de europeos que nunca formaron parte de la élite dominante. Son el racismo, el elitismo y la exclusión las principales causas de esta desintegración.
Para superar esta situación que hace del Perú un país invertebrado, es fundamental e imperiosamente necesario constituir una sociedad de ciudadanos iguales y libres, sustentada en nuestra sociodiversidad, en donde todos tengamos la posibilidad de forjar una nación de integración social alta, de personas empoderadas. Donde podamos vernos y entendernos como lo que somos: pluriétnicos, pluriculturales, plurilingüísticos.