Alonso Cueto

A lo mejor nos hemos empeñado en crear sistemas y criaturas que tarde o temprano acabarán con nosotros. Una encuesta reciente de revela que el 48% de las empresas norteamericanas que usan dicen que ha reemplazado a trabajadores y que 1 de cada 4 de las empresas encuestadas que usan ChatGPT se ha ahorrado US$75.000 o más gracias a esta herramienta.

Este servicio que empezó a funcionar en noviembre del año pasado hoy es capaz de cualquier cosa. A pedido, puede escribir un ensayo sobre la pintura de un autor o redactar un texto publicitario, además de hacer resúmenes de reuniones, entre muchas otras habilidades. No es un ser vivo, pero lo parece. También resulta un medio ideal para la atención al cliente. Casi la mitad de los empresarios encuestados afirma usar ChatGPT en sus oficinas. Cuando se les pregunta sobre la posibilidad de que el sistema produzca despidos, la respuesta es casi unánime. Es lo más seguro.

En su libro “Sálvese quien pueda”, ya anunciaba un universo en el que muchas profesiones, entre ellas la de chofer de taxis, iban a desaparecer. Serán los robots quienes manejen, lo que mejoraría el tráfico de Lima, seguramente (quién sabe). Muchos puestos en el universo de la medicina y de las leyes se esfumarán en los próximos años, pues los seres humanos cederán su lugar a seres tecnológicos. Son criaturas tan perfectas que son totalmente indiferentes. Se supone que ni el ChatGPT ni los robots pueden responder al mundo emocional. Eso no le impidió a Stanley Kubrick imaginar a la computadora HAL en “2001, odisea del espacio” suplicando por su vida.

En su novela “Máquinas como yo”, el gran Ian McEwan cuenta la siguiente historia. El joven antropólogo Charlie vive en Londres y se compra un Adán; es decir, un ser tecnológico que va a ayudarlo en las tareas de la casa (hay otros seres llamados Eva para los interesados en el sexo opuesto). Charlie y su novia Miranda programan la personalidad de Adán según sus deseos, y Charlie empieza a convivir con su sirviente, que se muestra eficaz y atento. Poco después, sin embargo, Adán le va a dar un consejo a Charlie. Su novia Miranda no le conviene. Quienquiera que sea, él lo sabe.

Un amigo me dijo que lo más probable es que algún día vivamos en un universo electoral donde no compitan como candidatos seres humanos, sino robots diseñados por escuelas ideológicas. Estarían fabricados por programas que pongan a esos seres a prueba de todo acto de corrupción o de engaño. Votar por robots es el último sueño de la tecnología electoral. ¡Fuera los seres humanos, que ya nos han engañado bastante!

Ya que el desarrollo de la tecnología es imparable, no es raro que Irán tenga hoy todos los recursos para la creación de una bomba atómica –una misión del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) ha anunciado un viaje pronto para verificarlo–. En vista de que la guerra en Ucrania no tiene visos de terminar pronto, uno puede imaginar la escalada de violencia en el mundo mientras aparecen más recursos para destruirlo.

Un artículo de Ross Babbage en “The New York Times”, , anuncia lo que podría ser una guerra de Estados Unidos con China: un ataque cibernético que inutilizaría los servicios básicos (agua, luz y comunicaciones) en territorio enemigo. Repasando la historia, uno se pregunta si la guerra en Ucrania no es hoy lo que fue la guerra civil española en el período entre 1936 y 1939: un prólogo de ensayo para una guerra mundial. Todo nos lleva a preguntarnos si no terminaremos comandados por generales robots que, como se afirma, no tienen emociones. O quizá sí.

Alonso Cueto es escritor