"Ni siquiera a los parlamentarios más experimentados les van a salir las cuentas de defender un Gobierno al que no se le respeta con una calle caliente y las regiones movilizadas". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Ni siquiera a los parlamentarios más experimentados les van a salir las cuentas de defender un Gobierno al que no se le respeta con una calle caliente y las regiones movilizadas". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Gonzalo Banda

Las protestas en las regiones contra el presidente han cambiado el horizonte de corto plazo de la eterna crisis política. Negarlo por miopía intelectual o ceguera ideológica no va a desaparecer el problema. Las movilizaciones sociales en Lima no habían logrado penetrar a los diferentes estratos socioeconómicos como sí ha sucedido con las protestas recientes que comenzaron en Junín y que ahora se reproducen en muchas regiones.

Muchos han enfrentado paros contra transportistas por el costo de los combustibles, pero en nuestra historia reciente ninguno los ha manejado tan desprolijamente como el presidente Castillo y sus ministros. No solo ha cedido ante demandas irracionales como la condonación de papeletas, sino que ha abierto una puerta de negociación en todos los frentes que no va a poder cerrar ni ahora ni en el futuro. Quienes intentan ganar con el caos en el Perú aprovecharán su oportunidad y la debilidad del mandatario para hacerle firmar acuerdos insostenibles y contrarios al bien común. Y Castillo los va a firmar para sobrevivir. El precio de defender el mandato del presidente en sus horas más oscuras es el precio que estaremos dispuestos a pagar por la depredación agigantada de cualquier resquicio de una esperanza de orden e institucionalidad futura.

Los conflictos sociales se agudizan cuando el Gobierno desmerece una protesta o minimiza sus intereses. Desde el Arequipazo hasta las protestas contra Tía María y Conga, la confrontación se incrementó cuando un ministro menospreció las agendas de los manifestantes. Y eso fue, precisamente, lo que hizo el presidente Castillo y han continuado haciendo los ministros hasta que ocurrió el desborde popular. Si antes las movilizaciones capitalinas no marcaron el derrotero final de Castillo, ahora las protestas regionales solo irán escalando porque del otro lado espera un Gobierno comatoso dispuesto a negociarlo todo. Los costos de un gobierno caótico e improvisado, que recompensa con cuotas de poder a funcionarios incompetentes y negligentes, son justamente no tener la más peregrina idea de cómo resolver estos problemas. Toda la cúpula de Perú Libre, encabezada por el tozudo y temerario Vladimir Cerrón, se ha pasado todos estos meses enconando discursos de desprecio contra la tecnocracia gubernamental y llegado el momento, cuando ha estallado el incendio, no tienen ni la experiencia ni el conocimiento para apagarlo. Solo repiten como mantra el bálsamo irreflexivo que solucionaría todos los males en su parnaso idílico: la nueva Constitución. Son contestadoras telefónicas automáticas que producen arcadas.

Los fajines presidenciales seducen, pero no otorgan capacidades ni experiencia a funcionarios mendaces que llegaron para pagar un favor de campaña. Un Gobierno sin liderazgo político y sin equipo como el que dirige Pedro Castillo no va a llegar a ningún sitio porque no tiene la más peregrina idea de a dónde quiere llegar. Por eso, con más de ocho meses en el cargo, el presidente no solo está extraviado, sino que no comprende el sentido de urgencia que comporta el cargo para el que fue elegido. No es que no solo no haya tomado decisiones de gobierno que defiendan los intereses populares, sino que sencillamente no ha tomado decisiones. No gobierna. Y en un país donde los partidos no comunican las demandas ciudadanas, no gobernar comporta siempre dimitir en el mediano plazo. Eso es lo más trágico. El presidente ha perdido la autoridad moral de exigir paciencia porque ni siquiera lo ha intentado.

Ordenó medidas de restricción de libertades basado en bulos que le calientan las orejas a señorones y que anuncian que de los cerros bajarán hordas de delincuentes. A eso se ha reducido la pericia ministerial del Gobierno: escuchar delirios infundados mientras se carga su escasa popularidad al encerrar a 10 millones de ciudadanos por rumores. Ha tenido que echarse atrás en la restricción del derecho a la protesta porque, en la práctica, la ciudadanía ya había desconocido la legitimidad de la medida abusiva. Ni siquiera a los parlamentarios más experimentados les van a salir las cuentas de defender un Gobierno al que no se le respeta con una calle caliente y las regiones movilizadas. Hay elecciones regionales y municipales en breves. Aquí hay un costo político muy alto, un presidente al que sus ciudadanos no lo toman en serio es un mandatario que camina solo y desnudo al cadalso político. No nos arrastre con usted, señor presidente.