(Foto: USI)
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Daniela Meneses

El lunes, el actor peruano Andrés Wiese denunció en sus redes el acoso que recibió luego de colgar una foto suya junto a un postre que acababa de preparar. Ahí están todavía los comentarios para quienes quieran leerlos: frases de doble sentido y subidas (subidísimas) de tono. “Leer comentarios así no me hace sentir (ni a nadie) el más macho, el más deseado, ni el más nada”, dijo Wiese. “¿Por qué no educarnos sobre la violencia y acoso al hombre?”. Al hablar de violencia hacia los hombres, el actor ha abierto las puertas para una conversación necesaria en nuestro país.

En el 2019, los Centros de Emergencia Mujer atendieron casi 182 mil casos de personas afectadas por violencia contra la mujer, los integrantes del grupo familiar o violencia sexual. De estos, casi 27 mil (15%) fueron hombres. La cifra sin duda es importante, aunque por sí sola nos dice poco. Si es que la desagregamos por edad, por ejemplo, tenemos que el porcentaje de hombres era 35% entre los menores de edad; 26% entre las víctimas de 60 años o más; y 4% entre los adultos. Quince mil casos referidos a hombres estuvieron relacionados a violencia psicológica, 10 mil a violencia física, mil a la sexual y alrededor de 300 a la económica. Exceptuando el caso de violaciones sexuales, en la gran mayoría de los casos víctima y presunto agresor tenían un vínculo familiar o de pareja.

Entender el fenómeno de la violencia a los hombres –y en específico, de la violencia doméstica a los hombres– implica hacernos preguntas adicionales. Por ejemplo, quién está perpetrando la violencia (si una mujer o un hombre, por ejemplo); si esta fue un incidente aislado o repetido; y si se trató de una reacción en defensa propia o no. La idea de hacernos estas preguntas no es mostrar que la violencia contra los hombres no existe –porque existe, y puede ser fatal–, sino entender que no se trata simplemente de decir “los hombres también sufren violencia”. Hay que pensar en cuáles son las características de la violencia que sufren los hombres, cómo se manifiesta, con qué frecuencia, y en qué medida se diferencia de la de la violencia contra las mujeres. Solo así se podrá combatir con efectividad.

Aunque se necesita más investigación, existen diferentes trabajos que han explorado el tema con algún detalle. Estos van desde publicaciones institucionales (como “Violencia familiar y sexual en mujeres y varones de 15 a 59 años” publicada por el Ministerio de la Mujer en el 2009) hasta documentales (recomiendo aquí en particular “Abused By My Girlfriend”, documental de la BBC).

Una de las personas que ha investigado sobre la violencia doméstica a hombres es la periodista australiana Jess Hill, quien en “See What You Made Me Do” señala uno de los aspectos diferenciales: “Los hombres víctimas generalmente tienen los recursos para irse, y usualmente no tienen miedo de ser asesinados”. Las palabras claves aquí, por supuesto, son ‘generalmente’ y ‘usualmente’: Hill no dice que siempre tengan recursos para irse, o que nunca tengan miedo.

Con relación a la conclusión de Hill, podemos detenernos también en lo sostenido por Marianne Inéz Lien y Jørgen Lorentzen en el libro “Men’s Experiences of Violence in Intimate Relationships”: “[En los estudios para países nórdicos] un hallazgo que aparece de manera regular es que más mujeres que hombres están enfrentados a violencia física seria de parte de sus parejas, pero en el caso de violencia física menos seria, las diferencias de género son considerablemente pequeñas”.

Otro punto que resaltan los expertos es la importancia de crear una cultura donde los hombres sientan que pueden denunciar y ser escuchados. Esto porque ellos también pueden enfrentar dificultades para darse cuenta de que lo que están viviendo es abuso y luego denunciando. En muchos casos, estas pueden estar relacionadas con los estereotipos de como debe ser y actuar un hombre.

Hablemos sobre violencia. Pero hablemos bien. Sin caer en tomar el asunto como broma ni quitarle importancia, pero también sin caer en simplificaciones que equiparen sin más la violencia que sufren las mujeres con la que sufren los hombres. Los dos son problemas relacionados, pero distintos.