Las lecciones de Galio, por Carmen McEvoy
Las lecciones de Galio, por Carmen McEvoy
Carmen McEvoy

“Hemos echado un velo institucional sobre el origen de nuestra paz, que no es otro que la violencia ejercida contra los que la ponen en peligro”, le recordó Galio Bermúdez a Carlos García Vigil, historiador que se negaba a aceptar que el futuro de la república mexicana fuera la violencia, el cinismo y la corrupción. Galio, un operador político del PRI, no solo entendía muy bien una realidad brutal, sino que la consideraba inevitable. No en vano su experiencia en los sótanos del poder donde a diario ocurría la “matanza y destazamiento” del adversario político de turno. 

“La guerra de Galio” (1990), de , es un texto que conmueve por su vigencia y pavorosa lucidez. En una etapa en la cual el recuerdo de los bicentenarios de las independencias americanas nos invita a repensar el pasado, la lectura de la excelente novela de Aguilar Camín ayuda a analizar la enorme distancia que existe entre el sueño republicano y una realidad atrapada entre horrores y frustraciones. Los soliloquios de Galio desvelan, además, una estructura política renuente al cambio. 

La mayor virtud de “La guerra de Galio” es que deslinda y distingue, con una claridad deslumbrante, las pasiones y posiciones reales del disfraz político que –según Carlos Fuentes– recubre a un sistema perverso. Porque si bien es cierto que Aguilar Camín celebra la enorme vitalidad de una sociedad resistente a todo, también se encarga de analizar con extraordinaria precisión un proceso de descomposición que parece irreversible. He aquí la vigencia y relevancia de Galio y su historia, la cual no solo ocurre en México, sino en toda América Latina. Crímenes como el de los 43 normalistas de Ayotzinapa o situaciones escalofriantes como la muerte del fiscal argentino , ocurrida en vísperas de entregar un importante informe al Congreso, junto a la absurda norma, pasada hace algunos días en Venezuela, que avala el uso de la violencia contra ciudadanos desarmados, reflejan el panorama desolador de las repúblicas bicentenarias. 

En el caso peruano, las redes de corrupción penetrando las instituciones del Estado, en especial el Poder Judicial, además de la debilidad del Ejecutivo y el protagonismo de un sistema de inteligencia que usa el espionaje como arma para derribar al enemigo, dan cuenta de la gravedad de nuestros problemas. De lo lejos que estamos de ser aquella república del trabajo, del mérito, de la justicia y de la dignidad predicada hace dos siglos por un puñado de patriotas honestos. 

Galio Bermúdez se burla de la democracia, pero más de la historia por considerarla inútil para el mundo desalmado, donde sobrevive gracias al alcohol. Por ello, no se cansa de repetirle al “joven Heródoto” que no existe “futuro que salvar ni presente que pueda mejorarse en la exploración del muro muerto de la historia”. Al final, lo único que predomina es el deseo contra el cual no es posible luchar. Pesimista, por naturaleza, Galio ve a México como “la historia de una violencia sostenida” que debe derrotar su pasado y su presente bárbaro “sin destruirlo”. Ese gatopardismo que está en nuestro ADN político deberá ser enfrentado si queremos ser repúblicas de ciudadanos y no los bastiones de los Galios del siglo XXI.