Richard Webb

En 1973 viajé a Huancavelica para conocer la mina Julcani. Saliendo de Pisco, durante un día entero, seguimos un camino de tierra hacia el de Lircay, una capital de provincia cercana a la mina. Llegando a la entrada del pueblo cuando se ponía el sol, el chofer tocó la bocina para despertar a los perros que aprovechaban el calor de la tierra y la total ausencia de tráfico para hacer siesta en medio de la pista.

Cuarenta años después regrese a Lircay por la misma ruta, pero la segunda llegada no pudo ser más diferente a la primera: la entrada al pueblo ahora estaba pavimentada, atorada de tráfico y sin perros a la vista. Además, la esquina lucía un semáforo para manejar un tráfico de todo tipo, desde bicis y mototaxis hasta buses y camiones de ocho y más llantas.Otro “antes y después” ha sido el del pueblo selvático de San Lorenzo que conocí en 1982 cuando visitaba aldeas rústicas en las orillas del río Marañón, en la selva norte. Nunca volví al pueblo, pero sí pude seguir su transformación en las décadas siguientes −con fotos y videos− gracias a un amigo antropólogo que reside allí y me conversa por Facebook. San Lorenzo fue designado capital de la provincia de Datem, y actualmente cuenta con 20.000 mil habitantes, aeropuerto, edificios de varios pisos, y presencia universitaria. Cuando pensamos en la selva seguimos imaginando una vida esquivando lianas en la espesura selvática, pero hoy sus habitantes –y sus medios de vida– son más urbanos que rurales.Son reflexiones que sugieren la necesidad de una nueva ‘selfie’ nacional más actualizada. La versión que se sigue repitiendo para explicar cualquier aspecto político, económico o social del enfatiza el dualismo, la división del país entre una moderna y prepotente, y un campesinado serrano atrasado y abusado. Para Jorge Basadre el “dualismo de la economía” era “innegable”, el historiador Peter Klaren abre su libro “Nación y sociedad en la historia del Perú” repitiendo esa imagen, y Rosemary Thorp y Geoffrey Bertram cierran su obra “Perú: 1890-1977. Crecimiento y políticas en una economía abierta” afirmando que “la estructura dual de la economía se fortaleció”.

El problema de esa ‘selfie’ es que los miembros de la familia peruana ya no son dos sino tres. Además del campesino y del limeño, ahora contamos con una enorme población que vive en pueblos y ciudades pequeñas, y que hoy constituye exactamente la mitad de la población nacional. Hoy, el poblador arquetipo de la peruanidad no es un limeño prepotente ni un campesino aplastado, sino un trabajador o pequeño empresario de pueblo. El cambio ha sido gigante. La población rural era la vasta mayoría –más del 80% durante el siglo XX– pero hoy su participación es apenas del 20%. Y si bien Lima es gigante y alberga a uno de cada tres peruanos, su volumen demográfico es sobrepasado por la población de los pueblos y otras ciudades. Hablamos repetidamente de la enorme migración del campo a Lima, pero la migración más grande ha sido del campo a uno de los miles de pueblos del país. Más que campesino o limeño, el poblador más típico de la peruanidad actual es el pueblerino –personaje que no figura en la foto–.

Esta nueva demografía tiene mucho de bueno. Cada pueblo es un gran mercado local, produciendo los bienes y servicios legales, educativos, médicos, de entretenimiento y de transporte que requiere una agricultura moderna y una población diseminada. A la vez, el pueblo crea un mercado cercano para la agricultura local. Por eso el ‘boom’ de los pueblos ayuda a explicar el fuerte aumento en los ingresos laborales rurales desde el inicio del milenio. Según el INEI, el ingreso promedio de la población activa rural aumentó un 2,5% al año entre el 2004 y el 2021, y un 1% en pueblos al año. En Lima en el mismo período el aumento fue cero. ¿Quién está aplastando a quien ahora?

Richard Webb es director del Instituto del Perú de la USMP