Manuel Merino creyó que una excusa era suficiente para ser el presidente legítimo del Perú. Él y sus aliados en el Congreso asumieron que la población iba a aceptar sumisa que secuestrasen el poder amparados en una lectura antojadiza de la Constitución, cuando resultó que, más bien, el pueblo rechaza a los oportunistas que tratan al Estado como si fuese un botín.
Esto no es un golpe de Estado, como interpretan algunos, pues la Constitución imperfecta que tenemos permite que Martín Vizcarra haya sido vacado por incapacidad moral permanente, un concepto que permite un bolsón de interpretaciones arbitrarias. Pero que sea un gobierno legal, no implica que sea un gobierno legítimo. La gran mayoría no quiere que Manuel Merino, presidente de una de las instituciones más desprestigiadas del país, electo apenas con cinco mil votos, sea el presidente de todos los peruanos. Lo dejaron claro las encuestas, pero el Congreso se negó a escuchar, prefirió imponer su voluntad con una votación abrumadora.
No contentos con el rechazo inicial, el flamante gobierno de Merino decidió recurrir a un político de nicho conservador como es Ántero Flores-Aráoz, que tampoco representa a un sector significativo de la ciudadanía. Lo único que lograron, como era previsible, fue aumentar la indignación. Las calles se llenaron de protestantes como no se veía en el país desde hacía por lo menos veinte años.
Hoy, es una nueva generación la que sale a marchar. Y parece ser un gobierno con reminiscencias autoritarias el que sale a reprimir. El accionar de la policía merece una columna entera, merece un libro o un documental. Es francamente vergonzoso ver cómo en un país que se dice libre y democrático, jóvenes que protestan pacíficamente, periodistas, familias enteras, son atacadas a quemarropa con gases lacrimógenos por efectivos que claramente tienen una consigna: la protesta no se permite, se dispersa.
El gobierno de Merino, al ver al pueblo de espaldas a él, ha decidido atacarlo sin justificación. Como si a golpes se le fuese a quitar a los peruanos la indignación de ver a una persona que no hemos elegido y que nadie quiere sentada en Palacio de Gobierno solo porque pudo hacerlo.
El jueves en la Plaza San Martín hubo una marcha absolutamente pacífica. Decenas de miles de jóvenes de máximo 25 años caminaban en la plaza cantando algunas arengas, pero sin mucha organización, algunas banderas, grupos conversando, personas sentadas, cantando, algunos bailando. Desde la avenida Abancay llegaban humaredas de gas lacrimógeno. En el Paseo de los Héroes Navales no parecía que hubiese una marcha, sino que hubiese terminado un concierto de pop coreano en el Estadio Nacional. Así de distendido estaba el ambiente. Mi hermana estaba ahí. Alrededor de las 9:30 p.m. empezó a mandar videos al grupo familiar. Lluvias de gases lacrimógenos, como mostraban las imágenes en la televisión y las redes sociales, caían sobre los manifestantes para dispersarlos. Gases al cuerpo, gases directamente a donde estaban los ciudadanos. Luego, más videos de excompañeros periodistas, atendidos de emergencia por ataques con perdigones por parte de la policía.
Un día antes, el grupo Terna había arrestado a un amigo que estaba ayudando a una mujer que se había caído en la marcha. Se lo llevaron entre cinco a la comisaría. Lo soltaron a las pocas horas y le pusieron una multa por haber violado los términos de la emergencia nacional.
Este puede ser un gobierno legal, pero es un gobierno sin pueblo, ilegítimo. La gran mayoría no los quiere y la población interpreta que es una falta de respeto que se queden. El gobierno no es de quién lo tome, es de quién los peruanos eligen. ¿Podrá Merino sobrevivir al desprecio popular?