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Historiadora
Escuchar las palabras pronunciadas en un funeral emociona profundamente, más aun si quien homenajea sabe identificar la huella indeleble del que partió. Un ejemplo concreto es el elogio del historiador Pablo Macera a Raúl Porras Barrenechea, hace ya 70 años. Sin “otra autorización que la gratitud y el cariño”, Macera subrayó el “fervor indesmayable” de su maestro por descubrir las raíces más hondas y profundas de la nación, aquellas que “la codicia del poder” no lograron contaminar. Porras fue canciller de la República y presidente del Senado, pero, por sobre todo, un “peregrino del Perú”. Tierra de contrastes y síntesis, “asilo del dolor”, como bien lo llamó, en el que la historia asomaba como “una hazaña para defender los signos divisionistas” que desde siempre la agobiaron.
En su homenaje póstumo, Macera compartió la frase repetida por el autor de “Los ideólogos de la emancipación”: “el Perú no tendría otro destino que el conocimiento de sí mismo”. Ciertamente, hacer del Perú “una tierra de amor y libertad” fue la tarea que se impuso un sanmarquino e ilustre vecino de Miraflores, su amado distrito en donde se yergue el instituto que lleva su nombre y que custodia los libros y el viejo sillón en el que se sentaba a leerlos. Así como el recuerdo de esas tardes de té con encimadas en las que un puñado de jóvenes lo escuchaban cautivados por su carisma y erudición.
Por su enorme sensibilidad, curiosidad, espontaneidad, vocación de servicio público, amén de una pluma incomparable, Porras es mi historiador favorito. Las habilidades artísticas del autor de una obra prolífica con la que iluminó todas nuestras etapas históricas, se expresa en “Oro y leyenda del Perú”. Una pieza maestra en la que relata el “azaroso devenir” de nuestra patria, inmersa en un sentimiento de “muerte y resurrección”, enfrentada a “agentes de disolución y dolor”. El Perú, dueño de piezas de oro “nunca vistas ni oídas”, de acuerdo con los relatos de los cronistas que Porras descubrió para nosotros, fue el “único vellocino hallado y tangible” de la conquista. La descripción pormenorizada que nos dejó el miembro de la Generación del Centenario sobre el tesoro del Perú, saqueado por los españoles y por los que los suplantaron, aún emociona. Pienso en la tincuya de oro, que Clement Markham vio en manos del presidente Echenique, y en la magnífica descripción del jardín del sol de Koricancha, fundido y llevado en lingotes a España. Un relato de las mil y una noches en el que todo era de oro, desde los terrones del suelo hasta las lagartijas y caracoles que por ahí se arrastraban, pasando por las mariposas de leve y calada orfebrería, colocadas en ramas de árboles, también de oro, junto a pájaros que parecían trinar. El gran maizal simbólico con hojas, espigas y mazorcas exhibía la raíz sagrada de la quinua junto a 20 llamas, pastores y cayados, vaciados de un oro mítico y sagrado.
El oro no dejó tan solo el desconcierto y la corrupción, que Porras abordó en su extraordinario ensayo, cuando mencionó la “maldición” de la riqueza peruana que usualmente llegó acompañada de la fiebre del dinero. El oro exhibía entre sus virtudes míticas la de buscar la perfección y desarrollar un sentimiento de prevalencia contra el tiempo y las fuerzas de la destrucción. Esa mirada de lo permanente fue trasladada a la república, que Porras define como ente político y moral. “No hemos establecido la república que ellos soñaron”, señaló al referirse a la primera generación de republicanos liberales. Porque la república seguiría siendo “utópica” mientras se impusieran el servilismo, la falta de virtud, el odio a la inteligencia, y “la falta clamorosa de caridad civil”. El credo liberal no era una posición política, sino la vigencia del diálogo y de la discusión, y es por ello que, según Porras, la democracia estaba asociada con la capacidad de escucharnos. Era desde “la tolerancia de espíritu”, de donde surgiría la democracia y la cultura que engrandecerían al Perú. Para Macera, su maestro combinó el “dolor hecho rabia, silencio y protesta”, con un “optimismo invencible” que descansaba, opino ahora, en un Dorado muy personal: el inextinguible amor de Porras por el Perú, en cuya grandeza siempre confió.
Están invitados al conversatorio “Ilustración y Revolución. Tres ciudades conectadas: Cádiz, Londres y Lima”. Este es el link del evento: https://facultad.pucp.edu.pe/letras-ciencias-humanas/noticias-y-eventos/eventos/ilustracion-y-revolucion-tres-ciudades-conectadas-cadiz-londres-y-lima/.