(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Luis Millones

Tenía frente a mí a César Oswaldo Pardo Chumacero, mientras un calor sin piedad justificaba la frase “El sol de Colán y la luna de Paita”. César, desde el año 2015, era el presidente de la Asociación de Pescadores Artesanales de Colán. “El gremio tiene una antigüedad de 30 años. Se creó con la finalidad de formalizarnos, de estar unidos. Buscar y gestionar ante las autoridades competentes de esta región y a nivel nacional. Ver la problemática que encierra la pesca artesanal, porque siempre hemos luchado contra las embarcaciones más grandes. Anteriormente, me cuentan mis abuelos, uno iba nomás y encontraba especies que ahora ya no existen. Esta zona ha sido bien rica, por ejemplo con el lenguado, antes hablaban de róbalos. Esta especie ahorita brilla por su ausencia. Es bien difícil encontrar una especie así, eso debido al rastreo y a las bolicheras. Si bien es cierto que existe un decreto supremo que prohíbe que las bolicheras y los rastreros entren dentro de las cinco millas, ellos violan esta ley.

Nosotros estamos constantemente en reuniones con los gremios de la región luchando para que se respete, pero, como digo, viene siendo violada esa ley”. La queja no me suena exagerada. Al fin y al cabo, más del 95% de la anchoveta peruana se exporta como harina de pescado.Pardo Chumacero se refería a embarcaciones de capacidad de bodega de más de veinte toneladas, cuyos dueños evitan problemas legales con embarcaciones algo más pequeñas, pero usan redes con “cocos”, agujeros mínimos, que arrastran todas las especies que encuentran a su paso. Tampoco les ayuda la fauna local: “Somos atacados por los lobos marinos. No podemos tener la red ni cinco minutos en el agua porque los lobos se meten al toque, comienzan a comer los pescados y rompen las redes”.

No es la primera vez que escucho esta queja. En realidad, la voy recogiendo desde la costa central, en mi repetido viaje por la costa norteña del Pacífico. Pero San Lucas de Colán es especial para mí por las tradiciones orales que encierra este centro poblado del distrito de Colán, en la provincia de Paita. La reciente y muy avisada presencia de El Niño, junto con sus males, trajo a las playas peces y conchas casi olvidados, como palabrita y chita, que los pescadores me dicen que “llegaron con la lluvia”. En contraparte, las pozas de sal fueron cubiertas y se perdió lo que suele ser una tabla de salvación, especialmente en verano, y en general cuando escasea la pesca.

Aunque el precio que se les paga a quienes trabajan bajo los ardientes rayos solares es apenas de veinte soles por saco. Entrar a la mar solamente se puede hacer con relativo éxito en los meses de junio, julio, agosto y setiembre. Si eso no rinde lo esperado, a los pobladores les queda refugiarse en los cultivos conocidos. Hay que recordar que la agricultura fue un recurso notable en épocas anteriores, cuando no teníamos que importar algodón, pero los vecinos de Colán aún lo consideran dentro de sus opciones, al lado del arroz, el camote, el maíz (choclos riquísimos), la yuca y el frejol. Ver las evoluciones de los caballitos de totora o de las balsas con velas me hace pensar con respecto a las posibilidades de transporte marítimo que pudieran alcanzar nuestros antepasados, aun antes de la llegada de los europeos. Existe la reiterada afirmación de que las corrientes marítimas que llegan de Ecuador harían imposible que las naves peruanas precolombinas superasen Piura en su desplazamiento hacia el norte. ¿Es eso cierto? Tengo en mis manos la tesis doctoral de un estudiante de la Universidad Nacional Autónoma de México que pasó varios años estudiando este tema. Usando como referentes los largos viajes de las balsas de vela triangular y los guares (forma de remo-timón), así como la circulación de las hachas-moneda, que puede haber alcanzado las dos partes del continente americano, el impedimento mencionado ya no parece concluyente.

Todo esto me lleva a reflexionar sobre los estudios comparativos entre México y el Perú, y con otras partes del mundo. Son de una necesidad inmediata. Que nuestros estudiantes escolares y universitarios pasen los años estudiando reducidas nociones de la historia y cultura peruana es un despropósito que debe ser corregido de inmediato. Estamos huyendo de la realidad y perpetuando nuestra ignorancia. El mundo nos toca las puertas y seguimos sin escucharlo: ¿Cómo explicar que un emperador como Carlomagno galope en Piura, si hemos desaparecido la historia universal de nuestros programas? ¿Cómo es posible que en otro país se discutan las formas de navegación peruanas, que hoy llamamos artesanales, o sus logros prehispánicos, y aquí no sean materia de estudio? Algo anda muy mal en las autoridades de este rubro y está más allá de la protesta gremial o de su represión.

He sido recibido en Colán con el cariño renovado de sus vecinos y sus autoridades. Una larga entrevista con el teniente alcalde, Sr. Juan Carlos Ayala, me puso en alerta sobre las numerosas fiestas patronales que todavía me falta estudiar. Hace un par de años, acompañé al “Caballito de Santiago”, montado en “Felipe” (así llaman al corcel del apóstol en Colán), pero son muchas más las que me esperan. No menos afectuoso e informativo fue don Secundino, en cuya casa se puede admirar una escultura del patrón del pueblo, que naturalmente es Santiago, que hace mucho tiempo destronó a San Lucas.

Mi extrañado amigo y colega de la Universidad de Huamanga Miguel Gutiérrez me abrió las puertas de estas festividades gracias a la generosidad del escritor Gonzalo Higueras, y ya sé que en octubre o noviembre podré ir a la fiesta de “La Loca” o cabalgar junto a Carlomagno, que también combate a los moros, en lugar de cuidarse de los vascongados en Roncesvalles. Y más adelante, en enero del próximo año, podré ver a los Reyes Magos “bajando” a ver al Niño Dios para llevarle sus regalos.