(Foto: Archivo El Comercio)
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Diego Macera

Dicen que los economistas nos pasamos la mitad del tiempo haciendo predicciones y la otra mitad explicando por qué no se cumplió lo pronosticado. El chiste es quizá solo mitad cierto. Nuestros pronósticos sobre el crecimiento anual del PBI son poco fiables y nunca, jamás, hay que apostar al tipo de cambio con base en lo que diga un economista. Pero, en ocasiones, las señales que te da el mercado pueden ser suficientes para anticipar algunos datos. Los recientes resultados sobre el nivel de pobreza de la última (Enaho) del son un ejemplo de lo segundo.

Como se sabe, la incidencia de durante el 2017 fue de 21,7%, un punto porcentual más que en el 2016. El incremento fue especialmente importante en regiones como Cusco, Junín y Lambayeque. Lo cierto es que esto no debería sorprender a nadie. Si bien la dimensión de la escalada de la pobreza durante el año pasado era incierta, el que haya subido no lo era. En otras palabras, se sabía que iba a subir, la duda era cuánto.

No hay mucha magia profética aquí. Hay, sí, cuatro variables que explican muy bien lo que sucedió y que ya conocíamos antes de que se publiquen las cifras del INEI, tres de ellas cercanamente relacionadas en tendencia. La primera y más amplia es el crecimiento del PBI, que el año pasado se expandió apenas 2,5%, increíblemente por debajo del crecimiento promedio del mundo (3%). Para nuestro país, que aspira a converger hacia el mundo desarrollado, eso es especialmente lamentable dado que el precio de nuestro principal producto de exportación, el cobre, cerró el 2017 con un nivel casi 50% mayor al precio con el que inició el 2016.

La segunda variable relacionada es la inversión privada. Hasta mediados del año pasado, el Perú acumuló 14 trimestres consecutivos de caída en este flujo. Nunca, desde que tenemos registro en 1980, experimentábamos una caída tan prolongada (sí, nunca, incluyendo los caóticos años 80, aunque en esa década las caídas fueron más profundas). Sin no hubo manera de generar nuevos negocios que incluyan y mejoren la productividad y los ingresos de millones de trabajadores. Desde el 2004, más del 90% de la caída en la pobreza se ha explicado por mejores condiciones de mercado y empleo; el resto son programas sociales de transferencias.

La tercera variable relacionada, obviamente, es el empleo. Solo en Lima, durante el año pasado se habrían generado 128 mil empleos netos; 144 mil subempleos y una disminución de 16 mil en empleos adecuados, aproximadamente. La historia no es muy distinta en otras ciudades del Perú. Esta es la variable que impacta de manera más directa en la posibilidad de las familias de superar la pobreza en el mediano y largo plazo: la capacidad de un país de generar empleo productivo y de calidad. Hoy, el 94,2% de las personas pobres trabajan en empleos informales.

Finalmente, la cuarta variable –y esta directamente no relacionada con las anteriores– es el nivel de pobreza ya alcanzado. Mientras menos pobreza haya, es más difícil reducir los puntos adicionales. En otras palabras, reducir la pobreza de 50% a 49% resultará menos costoso que hacerlo de 20% a 19%. Esa dificultad, sin embargo, no explica que la tendencia de los últimos 14 años se haya interrumpido. La presencia del fenómeno de El Niño costero tampoco es justificación: con excepción de Lambayeque, en ninguna otra región de la costa norte la pobreza subió más que el promedio nacional.

Los economistas, honestamente, sabemos poco. Nuestra ciencia es relativamente nueva, nuestros instrumentos imprecisos, y nuestras proyecciones poco confiables. Pero entre las pocas cosas que sí sabemos está el vínculo claro entre crecimiento, inversión, empleo y superación de la pobreza. Por eso sabemos también que la solución a lo que sucedió el año pasado pasa por reactivar los mismos motores que nos permitieron ser un ejemplo global de reducción rápida de la pobreza con igualdad. Ojalá el próximo año sepamos también de antemano hacia dónde saldrán los resultados de la Enaho, y esta vez sea en la dirección opuesta.