Richard Webb

“Que esperabas pues” –contesta un sufrido–. “Siempre me han tenido de último” –continúa– “colocado en el fondo del barril e identificado con el atraso boliviano. Recién a finales del siglo XX me conectaron con Cusco por una carretera decente”.

Y, efectivamente, revisando cálculos realizados hace medio siglo en base al censo de 1961, se comprueba que el atraso productivo de Puno tiene larga historia. Una de sus provincias –Huancané– era incluso la más pobre del país. El altiplano, además, ha estado identificado con sequías y hambrunas, una de ellas fue muy grave a fines de los años cincuenta y motivó la creación del Plan Sur con ayuda externa. La emergencia alimentaria en ese momento se sumaba a la amenaza creada por la reciente revolución cubana. Una de las iniciativas de esos años fue la creación de las cooperativas de crédito en pueblos rurales que empezó en un pequeño pueblo de Puno.

Pero hay una segunda posible explicación para la nueva emergencia política centrada en Puno, que también es plausible, aunque consiste en exactamente lo contrario al primer argumento. En vez del atraso, el protagonismo protestante sería consecuencia de las muy buenas noticias económicas que viene reportando la región puneña desde inicios del nuevo milenio. Según las cifras oficiales, la economía de Puno ha sido boyante durante al menos dos décadas. Su producto por persona aumentó un 42% entre el 2004 y el 2021, más que duplicando el avance de apenas el 13% logrado por Lima. Además, el despegue económico abrupto de Puno no ha estado concentrado en una mina, como sucedió en Apurímac por el impacto de Las Bambas. En Puno, más bien, el avance se ha producido en una generalidad de actividades y lugares, incluyendo una nueva agricultura, minas, urbano y multiplicación comercial. Todo esto estimulado y financiado por una multiplicación del gasto público. Como resultado de ese dinamismo se ha reducido la pobreza en casi la mitad de su nivel inicial durante este breve período del siglo XXI (2004-2021), bajando de un 79% a un 43%.

Una mirada más detallada a los jornaleros agrícolas refuerza la tesis de un comportamiento paradójico de la economía reciente de Puno. Se trata de la categoría laboral especialmente desventajada por tratarse de personas que mayormente carecen de tierra propia, de educación completa y de otros instrumentos de producción, por lo que dependen mayormente del trabajo físico del jornalero en las chacras. Según el Ministerio de Desarrollo Agrario y Riego, el jornal promedio de ese grupo ha aumentado sustancialmente en todo el país en las últimas décadas, pero los aumentos más significativos se registraron en Ica, donde el jornal de campo creció en promedio 8,5% en soles constantes entre el 2006 y el 2018, y luego en Puno, con un alza promedio de 8,0% anual.

¿Habría que optar entre estas dos explicaciones – aparentemente contradictorias– de la violencia que se ha desatado actualmente en Puno? Una profesora de la Universidad de Yale, Amy Chua, ha sugerido –en su libro “El mundo en llamas”– que en realidad las dos interpretaciones no se contradicen y que la experiencia mundial registra muchos casos de avance económico acelerado acompañados de turbulencia política. Afirma, además, que un factor desestabilizante en muchos casos ha sido la diferencia racial y de castas. Esto ocurre porque el despegue económico casi siempre viene acompañado de cambios difíciles de digerir a nivel personal y social, como es la migración acompañada muchas veces de la separación de familias y cambios en las reglas de juego en los entendimientos personales que acompañan toda actividad humana. La aceptación de tales cambios puede requerir altos niveles de tolerancia y confianza en otras personas.

En cuanto a esas relaciones personales, habría que tener en cuenta el efecto de los cambios económicos en una población caracterizada por una fuerte presencia de diferencias raciales, comunales y de preferencias políticas.

Ciertamente, el paralelismo entre las recientes revueltas –primero en Ica y ahora en Puno– es sugestivo del poder desestabilizante del rápido progreso económico.

Richard Webb es director del Instituto del Perú de la USMP