(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).
Alonso Cueto

Hace poco, en una conversación en Madrid, una escritora española que acababa de estar en Lima me dijo que le había sorprendido encontrar en algunos locales públicos un letrero anunciando: “Aquí no se practica la discriminación”. “¿Es necesario aclararlo?”, me preguntó. A propósito de eso, un amigo ayacuchano cuya lengua materna es el quechua me contó que su hermano le asegura haber olvidado su idioma original, pues solo piensa en hablar castellano. Su confesión me hizo recordar cómo, hace unos años, en una cola de votación en un colegio en San Isidro, la llegada de una mujer originaria de los Andes vestida con una pollera provocó las sonrisas y burlas contenidas de algunos pobres imbéciles (por llamarlos con un término preciso) que la observaban.

Pasado mañana cumplimos un año más de historia republicana, signada por la falta de nuestra consistencia como nación. Hemos tenido épocas mejores y peores en el ámbito económico y político pero nuestras falencias en los terrenos de la sociedad y la cultura han minado cualquier posibilidad de desarrollo. Si hemos fracasado en la política y la economía es porque hemos fracasado social y culturalmente. No hemos integrado una nación de naciones que se sienta unida en la conciencia de un proyecto colectivo de sus etnias, lenguas y comunidades. El reconocimiento social basado en un pacto de confianza no termina de consolidarse entre nosotros. En su famosa visita a Lima a comienzos del siglo XIX, Alexander von Humboldt afirmó que “Lima está tan alejada del Perú como de Londres”. Una capital que vivía de espaldas a su país no tenía un buen futuro.

Y sin embargo, algo hemos progresado. Hoy en día la discriminación y el racismo, esos pecados originales de nuestra historia, están sancionados socialmente como no ocurría antes. Un comentario racista hecho público no pasa desapercibido. Recuerdo que en mi infancia, en la televisión nacional, apenas veíamos programas referidos a las provincias, sus costumbres, geografías y su situación social. Los noticieros no se ocupaban de las ciudades del interior. Incluso los personajes de la televisión eran casi todos blancos y rubios, de acuerdo con lo que parecían ser las exigencias de entonces. Los vuelos al interior del país eran mucho menos frecuentes y se valoraba poco –o muy poco– la gastronomía nacional. Hoy todo eso ha ido cambiando. Un botón de muestra es la presencia de los programas en lenguas nativas que emite TV Perú, cuyo noticiero en shipibo acaba de inaugurarse desde su sede en Pucallpa.

Pero en el proyecto de construir una sociedad integrada, la única herramienta posible es un sistema educativo que esté al alcance de todos y que realice una promesa elemental: la igualdad de oportunidades. Ningún gobierno, sin embargo, destina el suficiente dinero a los programas educativos pues no producen réditos políticos inmediatos.

Y, a pesar de todo, la autoestima de los peruanos ha crecido en los últimos años. Nuestra cultura, no nuestra política, ha sido valorada fuera de nuestras fronteras. La fama internacional del arte precolombino, de las geografías y paisajes, de artistas y músicos peruanos, ha ido cobrando fuerza en las últimas décadas. Y mucho de ello ha venido de ciudades del interior. La mayor parte de los grandes artistas y escritores peruanos son provincianos. Mosaico de culturas, experimento global de encuentro de razas, el Perú es un desafío en su riqueza a la historia. ¿Podremos todos nosotros venidos de todas partes del mundo construir una historia en común? Quizá vamos por ese camino. Si ocurre, para entonces ya no serán necesarios los letreros que digan: “Aquí no se practica la discriminación”.