Mariza Zapata

En los últimos días, dos noticias relacionadas entre sí preocuparon a los padres de familia. La primera, diez alumnos del nivel secundario del colegio St. George, en Chorrillos, fueron acusados de difundir y comercializar pornografía con fotos falsas de sus compañeras de aulas, hecho que causó indignación en la comunidad educativa. Y la segunda, la encuesta que realizó Aldeas Infantiles SOS Perú en todo el país como parte de su campaña ConectadaSOS 2023. El sondeo reveló que el 61% de asegura haber sido víctima de y, lo más grave e increíble, que el 91% de padres cree que sus hijos nunca han vivido una situación de estas.

Es importante mirar primero estos dos hechos desde el paraguas del derecho de la persona a su intimidad, a su buena imagen, a su honor. Tenemos la libertad de expresar lo que pensamos, pero los límites colisionan cuando entra el derecho del otro, y estas ideas fundamentales y universales deben ser trasladadas a nuestros hijos en todas las etapas y espacios de crecimiento: el hogar, la escuela, la universidad, el centro de trabajo. A los padres solo nos queda repetir y repetir, y no ceder. Si nos reconocemos en el otro, jamás se va a agredir física y verbalmente a los compañeros de la escuela, de la universidad, o a los vecinos de la comunidad.

Hay que tener en cuenta que las se han convertido en la forma más fácil de relacionarse y de contactar con amigos en los diferentes espacios de convivencia. Se crean mundos posibles perfectos y perversos, según el tipo de contenido informativo que se comparta.

La vida construida en Facebook, Instagram y TikTok, por ejemplo, nos conduce a la felicidad. Comunicamos todo: la celebración del cumpleaños, el viaje, las reuniones con amigos en días festivos, las idílicas vacaciones, los triunfos y logros académicos, y fabricamos un mundo paralelo dichoso, bienaventurado. Pero este mundo también puede ser vil, cruel, cuando se insulta, denigra y se difunden mensajes de odio basados en estereotipos y prejuicios que causan daño emocional y psicológico a la persona que los recibe y que, por su simplicidad, son fáciles de repetir, de difundir, de manipular, de relacionarlos con otros mensajes para convertirlos en más despiadados e inhumanos.

Nuestros hijos están inmersos en esos dos mundos (lo bueno y lo malo) y muchas veces ellos no establecen una diferencia entre ambos y se fusionan los mensajes. Se cree que el insulto verbal es positivo y que la foto que ofende, que agravia a una mujer, es una simple broma, una chacota, como dicen los muchachos. No hay ni un mínimo de reflexión sobre las consecuencias de esta conducta equivocada.

Quizás esa puede ser una de las explicaciones a las que podemos llegar ante el grave resultado de la encuesta de Aldeas Infantiles, en la que los padres creen que sus hijos no son víctimas de ‘bullying’ en la red. La violencia verbal en el mundo digital se vuelve común y los padres no la califican como una agresión. De allí que los niños y adolescentes se conviertan en agentes activos de este tipo de agresiones.

Una completa información es un buen inicio para que los padres puedan revertir el problema. Una conversación abierta y honesta con sus hijos al momento de la cena o el almuerzo, para que den detalles de los sitios webs que visitan, qué tipo de lenguaje utilizan y con qué amigos interactúan, ayudaría en un inicio. Pero, sobre todo, hay que establecer espacios de reflexión en casa para volver al principio: el respeto hacia uno mismo y hacia los demás.



*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Mariza Zapata es Editora de Contenidos Print