Un ‘selfie’ en el infierno, por Renato Cisneros
Un ‘selfie’ en el infierno, por Renato Cisneros
Renato Cisneros

Lo primero que sorprende al llegar al Memorial del Holocausto en Berlín –ese gran laberinto con aspecto de cementerio que los alemanes inauguraron en 2005 para recordar a los millones de judíos europeos asesinados durante la Segunda Guerra Mundial– es ver a tanto turista haciéndose ‘selfies’.

La obra del estadounidense de origen judío Peter Eisenman es arquitectónicamente impecable, magnífica, “demasiado estética”, según el propio autor. Sus formas y desniveles, entre los que es fácil desorientarse, propician una sensación de aislamiento y claustrofobia que hace pensar en el agobio inenarrable que padecieron los prisioneros de los campos de concentración.

Al estar el Memorial desprovisto de todo tipo de seña informativa acerca de su razón de ser (el museo subterráneo se ocupa de la tarea didáctica), el turista desavisado se mueve entre sus más de dos mil bloques de hormigón como si paseara por un parque temático cualquiera. La mayoría sabe qué clase de sitio está visitando y se inhibe de sacar el celular, pero nunca faltan, ya no solo los desatinados del ‘selfie’, sino los idiotas que saltan, montan skate o hacen piruetas en bicicleta sobre las columnas de cemento.

Los únicos que no merodean por allí son los grafiteros, pues los bloques de hormigón están protegidos con un material especial (sea todo dicho, la empresa que proveyó ese líquido, Degussa, en los años de la Segunda Guerra estuvo vinculada a Degesch, firma que fabricó el gas Zyklon B, utilizado por los nazis en las cámaras de exterminio).

Hace una semana, Shahak Shapira, artista israelí radicado en Berlín, inauguró un proyecto online titulado Yolocaust, una galería de montajes fotográficos con los que busca ridiculizar a los turistas que se toman ‘selfies’ en lugares que recuerdan las peores tragedias de la humanidad. La página se viralizó tanto que varios de los retratados, al verse expuestos, escribieron a Shapira pidiéndole retirar las imágenes.

Yolocaust me hizo recordar algo que viví en Auschwitz el pasado diciembre. Después de conocer los museos de Berlín que narran el genocidio judío, y de leer a lo largo del viaje la poderosa Trilogía de Auschwitz del italiano Primo Levi, llegué a Cracovia (Polonia) creyéndome listo para conocer el más grande de los campos de concentración nazis. Pronto me daría cuenta de que uno nunca está listo para una experiencia como esa. En Auschwitz todo lo que ves, tocas, respiras y luego recuerdas está impregnado de terror. Cruzar la reja siniestra con el sarcástico letrero ‘El trabajo los hará libres’; recorrer los estrechos bloques donde los prisioneros eran sometidos a todo tipo de vejaciones y experimentos; entrar en esas barracas que más parecen establos de animales, donde había que apiñarse para intentar dormir; desfilar por las horrendas cámaras donde se gaseaba a hombres, mujeres y niños; y ver los hornos donde se cremaban sus restos es, sin duda, algo grotesco, turbador. Impacta lo mismo que ofende. Ofende lo mismo que repugna.

Por eso, al ver a más de un turista tomándose ‘selfies’ frente a, por ejemplo, las vitrinas que exhiben pertenencias incautadas a los judíos o incluso delante de las chimeneas, pensé en ‘Oso blanco’, ese capítulo de la serie Black Mirror en el que los testigos de la persecución a una mujer, en vez de auxiliarla, prefieren filmar los hechos con perversa fascinación.

Dada su frivolidad celebratoria, su falsa espontaneidad y su narcisismo exhibicionista, el ‘selfie’ pierde toda su dudosa gracia en un contexto dramático y se convierte instantáneamente en un gesto, además de absurdo, macabro. Lo imperdonable no es la foto en sí, sino la pose, la actitud, el propósito.

Un día como ayer, el 27 de enero de 1945, las tropas soviéticas liberaron Auschwitz. Setenta y dos años después, el campo sigue allí, como un infierno desalojado que nos advierte que no estamos libres de que los capítulos más abominables se repitan. Primo Levi lo señala bien: “Esto ha pasado y, por lo tanto, puede volver a pasar”.

Esta columna fue publicada el 28 de enero del 2017 en la revista Somos.