"En estas 72 horas no hemos aprendido nada nuevo de Pedro Castillo, simplemente lo hemos visto llevar hasta extremos intolerables las deficiencias que mostró desde la campaña". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"En estas 72 horas no hemos aprendido nada nuevo de Pedro Castillo, simplemente lo hemos visto llevar hasta extremos intolerables las deficiencias que mostró desde la campaña". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Patricia del Río

Pocas veces hemos asistido a una crisis más estúpida que esta que nos toca vivir. Hemos superado la lacra del terrorismo, tuvimos que remar contra una inflación asfixiante, nos tocó enfrentar una dictadura militar en los setenta y una civil en los noventa, le tuvimos que plantar cara a la corrupción del más alto nivel, y hoy estamos fregados porque el Perú está en manos de un presidente inepto, que no muestra el más mínimo interés por cumplir con las funciones que su cargo le exigen.

No nos ha arrastrado hasta este caos la tan temida rebelión comunista que muchos anunciaban, ni un autoritarismo disfrazado de democracia, ni siquiera una mafia corrupta, que, por supuesto, existe, pero que es tan inoperante que ni robar sabe. Nos ha traído hasta acá un presidente que hace alarde de un total desprecio por los peruanos y que no tiene ningunas ganas de esmerarse para resolver los problemas de un país asfixiado por dos años de pandemia. le ha dado la espalda a las mujeres al insistir en nombrar autoridades machistas y abusadoras, ha traicionado a los jóvenes permitiendo que se pisotee la reforma educativa universitaria, ha ofendido a todos los ciudadanos con su tibia reacción ante el derrame de Repsol, ha indignado a los pueblos indígenas al abrazarse con Jair Bolsonaro, ha traicionado a cierta izquierda cómplice que creyó que iba a poder llevar adelante una nueva constitución, ha defraudado las aspiraciones de quienes genuinamente vieron en él a un hombre de campo que podía marcar una diferencia. Y, por supuesto, ha seguido enfureciendo a esa otra mitad del país que nunca lo quiso ver en Palacio de .

En todos estos años, no creo haber visto a ningún gobernante con esa capacidad para dinamitarlo todo, para traicionar tanto, para quebrar todo puente de entendimiento. Nunca vi tanta gente tan molesta y, curiosamente –acá viene el otro lado insólito de esta pesadilla– nunca vi tanta gente idiota dispuesta a bancarse más años de este desmadre porque no le gusta marchar con caviares. En estas horas, en que empezaba a haber cierto consenso en que este Gobierno es insostenible y de que la calle tenía que pedir la renuncia de Castillo, las redes sociales se plagaron de gritones que prefieren morir en su terquedad antes de deponer por un segundo sus diferencias y pararse al lado de quien piensa distinto.

En estas 72 horas no hemos aprendido nada nuevo de Pedro Castillo, simplemente lo hemos visto llevar hasta extremos intolerables las deficiencias que mostró desde la campaña. Lo que sí hemos comprobado con espanto es que se acabó para siempre la idea del bien común. Diez años de confrontación, la enloquecida teoría del fraude, el triunfo de los extremos están arrastrándonos al hoyo con más entusiasmo que el propio presidente. La coalición anticaviar, que encabeza cierta derecha, está dejando en claro que, si no son ellos los que llegan al poder, prefieren en Palacio a un extremismo criminal, antes de que asome una opción de centro.

Imposible no estar de acuerdo con el rechazo que provocan ciertos políticos, técnicos y profesionales que se negaron a mantener una actitud crítica frente a este Gobierno y que le perdonaron todo a un gobernante que pisoteó promesas y principios; pero de ahí a cortar toda posibilidad de entendimiento para llevar adelante un mínimo de consensos es la crónica de una muerte anunciada. La firma que le falta al acta de defunción de la ciudadanía.

Mientras termino de escribir esta columna se anuncia una marcha en contra del Gobierno de Castillo. La cantidad de gente que convoque será un claro termómetro de cuánto terreno van ganando los achorados, los de derecha o los de izquierda. Veremos.