La supervivencia de Maduro, por Carlos Meléndez
La supervivencia de Maduro, por Carlos Meléndez
Carlos Meléndez

CARLOS MELÉNDEZ
Politólogo
 
Los regímenes políticos sobreviven cuando logran mantener una coalición política (explícita o tácita) favorable al statu quo. Si este statu quo es autoritario, solo una alianza democrática poderosa inducirá su colapso. Este es parte del argumento del reciente libro de Scott Mainwaring y Aníbal Pérez-Liñán (2013) – “Democracias y dictaduras en América Latina. Emergencia, supervivencia y caída”–, que inspira el siguiente análisis sobre el gobierno de Nicolás Maduro ante las recientes movilizaciones.
 
Una coalición autoritaria se sostiene con mayor facilidad si comparte preferencias políticas radicales (ya sea de derecha o de izquierda), preferencias normativas respecto al tipo de régimen (la democracia como valor en sí o la dictadura como régimen intrínsecamente superior) y el apoyo de influyentes actores internacionales. Esta asociación permite poner al servicio de los intereses de la coalición gobernante recursos políticos, económicos y coercitivos a través de reglas formales e informales que hacen perdurar al régimen. En la Venezuela de hoy, estas características se mantienen vigentes.
 
Hasta el momento Maduro ha sido un eficiente heredero de Hugo Chávez, tanto en su esquema político como en sus falencias económicas. A pesar de las tensiones al interior del gobierno y de su pobre carisma, Maduro ha logrado preservar la asociación de militares nacionalistas, la ‘boliburguesía’ y a las clases bajas alrededor de una ideología “progresista populista” que caracteriza al chavismo. La intransigente defensa del programa bolivariano ha cruzado el límite hacia el uso de la violencia (paramilitar). Además, esta élite coaligada no pone en duda la concepción plebiscitaria y participativa de un régimen político sin equilibrio de poderes, rendición de cuentas ni respeto al pluralismo. Finalmente, el respaldo por acción u omisión de influyentes organizaciones regionales como Celac y Unasur –muy útiles al radicalismo de izquierda que no practica la democracia liberal– evidencia la ruptura del consenso democrático en el continente, legitimando así el gobierno de Maduro.
 
En la otra acera, no se constituye aún una coalición democrática capaz de alterar el equilibrio que favorece al chavismo. La novedad en este frente es una oposición simétricamente radical a la intransigencia de Maduro. El liderazgo y la estrategia confrontacional –azuzando la violencia– de Leopoldo López y María Corina Machado han debilitado a la oposición. Su base de apoyo social (universitario y mesocrático) no asoma a ser pluriclasista. Sus preferencias de régimen están puestas en duda. Por un lado, defiende las libertades políticas y económicas, pero por otro propugna desde las calles una salida anticipada e inconstitucional. El arresto de López podría generar un respaldo internacional mayor, aunque Estados Unidos –potencial aliado de estas causas– hace tiempo ha volcado sus prioridades a la lucha antiterrorista global y no a la consolidación democrática en América Latina. 
 
Los actores políticos con capacidad de veto no pertenecen naturalmente a bloques democráticos o autoritarios. Pueden cambiar de bando si el establishment no favorece sus intereses. Por lo tanto, de permanecer la coalición chavista dominante, los diversos intentos desde el antichavismo de construir una alternativa continuarán siendo infructuosos.