(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).
Alfredo Torres

La renuncia de a la dirección ejecutiva de la Autoridad para la Reconstrucción con Cambios, luego de seis meses de su auspicioso nombramiento, ha reavivado las críticas hacia la que ya eran intensas en los meses previos a la censura de Fernando Zavala como presidente del Consejo de Ministros. Como se sabe, De la Flor cayó luego de enfrentarse a los gobernadores regionales por la gestión de la reconstrucción y Zavala fue censurado al enfrentarse al Congreso por la política educativa del Gobierno.

Las críticas a la tecnocracia provienen tanto de políticos como de analistas que se sienten desplazados o menospreciados por los tecnócratas, a quienes tildan de no entender la realidad nacional por provenir del sector privado, ser insensibles a las demandas sociales y actuar con arrogancia ante cualquier sugerencia. La mayoría de estas críticas son injustificadas, pero vale la pena profundizar en ellas para aclararlas. La tecnocracia ha sido un factor fundamental en el desarrollo y reducción de la pobreza alcanzados por el Perú en los últimos 25 años y es indispensable en cualquier Estado moderno. Sería irresponsable apartarla de la gestión pública.

La afirmación de que no entienden la realidad nacional por provenir del sector privado es sencillamente falsa. No solo porque el desafío de pagar planillas y atender necesidades de los consumidores pone a los ejecutivos de las empresas muy cerca de la realidad social, sino porque la gran mayoría de los tecnócratas cuestionados cuentan con una valiosa experiencia en el Estado. Por ejemplo, Zavala fue gerente general del Indecopi, viceministro y ministro de Economía antes de volver como primer ministro; y De la Flor fue viceministro de Comercio Exterior en dos oportunidades. Ambos trabajaron en dos gobiernos diferentes. Lo mismo se podría decir de la gran mayoría de los integrantes del actual Gabinete Ministerial. De los 19 ministros, al menos 15 han trabajado antes en el Estado.

La acusación de que los tecnócratas son insensibles a las demandas sociales suele ser injustificada. Por ejemplo, si uno revisa las presentaciones de diversos tecnócratas invitados a CADE, encontrará frecuentemente objetivos expresados en indicadores sociales. Lo que ocurre es que, a diferencia de los políticos, suelen ser menos abiertos a atender día a día demandas específicas de distintos sectores de la población. La focalización del tecnócrata en el mediano plazo lo lleva muchas veces a descuidar las demandas de corto plazo. En su afán por no caer en el populismo o el clientelismo, se aleja del hombre de la calle.

La crítica a la arrogancia de los tecnócratas parece tener algún sustento, pero es incorrecta. De lo que muchos pecan, más bien, es de autosuficiencia. Su éxito académico y profesional les llevan a pensar que casi siempre tienen la razón y que solo vale la pena escuchar a personas de su mismo perfil. Pero la gestión pública demanda no solo conocimiento técnico sino también saber escuchar, sin menospreciar, a políticos y profesionales de otras especialidades.

Para desarrollar con tranquilidad su trabajo, algunos tecnócratas optan por el perfil bajo. Pero, salvo tareas muy especializadas, es una mala idea. En campos de mayor conflictividad, el perfil bajo implica comportarse como técnicos de mando medio y seguirles la corriente a los políticos más poderosos. Es decir, no estar a la altura de su responsabilidad.

Los mejores tecnócratas son los que despliegan habilidades políticas –por eso se les conoce también como ‘tecnopols’– tales como trasmitir con pasión una visión de un futuro mejor; construir alianzas con actores políticos y líderes de opinión; comunicarse con ideas-fuerza que permitan construir titulares. El ex ministro de Educación Jaime Saavedra, por ejemplo, fue un destacado ‘tecnopol’ que supo convocar e inspirar a políticos, líderes de opinión y ciudadanos de diferentes tendencias en su cruzada por revalorar la carrera docente, mejorar la calidad de la educación e incrementar el presupuesto de su sector.

Los tecnócratas como los políticos tienen que saber librar batallas, aunque a veces las pierdan, como ocurrió con Saavedra, cuya censura fue promovida por una coalición de intereses afectados y mentalidades opuestas a sus reformas. Zavala, De la Flor y otros tecnócratas cayeron también ante coaliciones de políticos y grupos de interés. En algunos casos cayeron porque les faltó permeabilidad para las críticas, habilidad para construir sus propias coaliciones y liderazgo para generar corrientes de opinión. En otros, su caída era inevitable, dada la mayor fortaleza de sus opositores. Lo importante es que un Estado moderno requiere seguir convocando tecnócratas, y que los políticos, a su vez, deben aprender a convivir con ellos y a respetar su trabajo. El Perú los necesita.