Tráfico horroroso, por Pedro Suárez-Vértiz
Tráfico horroroso, por Pedro Suárez-Vértiz
Pedro Suárez Vértiz

Estoy seguro de que este tema es fijo entre sus familiares y amigos. No es raro que muchos conductores deseen insanamente un sistema en su auto que chisguetee gas pimienta al irracional piloto del costado, un carro que dispare misiles, una camioneta con llantas gigantes para aplastar vehículos imprudentes y otros que sacrificarían el suyo propio para abollar a un desconsiderado que se nos cruza pasándose una luz roja. Todas esas locuras produce el tráfico de Lima en el cerebro de muchos peruanos. A mí nunca me ha vuelto tan loco porque no soy fosforito, pero me consta que a la gente con un nivel de paciencia promedio, nuestro tráfico y estilo de manejo la saca de sus cabales. Yo opto por no reaccionar y continuar. Siempre escuchando música.

Recuerdo que hace muchos años llevaba a mi hija a su colegio, cuando estaba en primer grado, desde Miraflores hasta Surco por el Jockey Plaza. Saliendo de mi casa a las 7 a.m. llegaba tranquilo y sin tráfico a las 7:15. Hoy mi hija maneja sola a la Universidad de Lima y, usando la misma ruta desde casi los mismos puntos, se puede demorar hasta una hora en llegar. Esto es lo que más me impacta e intriga: cómo ha cambiado el estilo de tráfico en la ciudad y por qué hay tanto atolladero.  Antes, recoger a los hijos de las casas de sus amiguitos era parte de la rutina; hoy es casi imposible. Yo me horrorizo cuando me dicen “recógelo a las 7 p.m.” un viernes en otro distrito. Pucha, dan ganas de quedarse por allá dando vueltas, antes que regresar a mi casa para volver a salir. Debes organizarte con los papás para ver quién se inmola. Si no, espero que baje el tráfico y los recojo a las 9 p.m.

Busqué a Karsten Kunckel (experto en seguridad vehicular y emisiones), miembro del directorio de la Asociación Automotriz y de la Fundación Transitemos, para una explicación objetiva. Él dijo: “El caos lo genera la sobrepoblación de vehículos antiguos. Ante la ineficiencia del transporte masivo, cada ciudadano busca un vehículo propio, por más inseguro que sea, y en hora punta se malogra algún auto viejo porque recalentó o causó un accidente. Además, debe de haber unos 100 mil taxis informales parando donde sea y generando tremendas congestiones. Los miles de rompemuelles de tamaños inapropiados –y que solo permiten el paso a ritmo de tortuga– incentivan el embotellamiento y la contaminación. Hay buenas iniciativas. El Metropolitano, el tren eléctrico y sus nuevos tramos que están en construcción podrían solucionar el caos en un plazo muy breve. Las combis deben ser sustituidas por buses. En la costa, un tren solucionaría el tránsito sin congestiones y accidentes en todo el recorrido de la Panamericana. El tema de la movilidad es vital para la calidad de vida, la generación de empleos y un buen funcionamiento económico del país”.

Es verdad que en Manhattan los más altos ejecutivos de las principales compañías del mundo se movilizan en metro. Yo los he visto. Si cada neoyorquino usara su auto, ni siquiera entrarían en la pista. Pero bueno, estamos aquí y solo nos queda aprender a pasarla no tan mal durante el largo tiempo que se queda uno en el auto. Por ejemplo, podemos conversar con las personas que están con nosotros. Recuerdo que cuando llevaba a mis tres hijos al colegio les pedía que no se peguen a sus móviles y traten de hablar un poco entre todos. Ahora, con tantos apps y tecnología, podemos hacer listas de música con canciones nuevas para opinar y analizarlas al detalle.

El GPS te puede llevar por rutas que sean más tranquilas, pero al final todo el mundo hace lo mismo. La solución finalmente es mitad artística –escucha Let it be en un atolladero, como yo– y mitad criolla: el que se pica, pierde.

Esta columna fue publicada el 28 de mayo del 2016 en la revista Somos.