"Qué nos está echando en la cara este final electoral que resulta incómodo, pero al mismo tiempo, más elocuente que nunca". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Qué nos está echando en la cara este final electoral que resulta incómodo, pero al mismo tiempo, más elocuente que nunca". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Patricia del Río

Tal vez sea hora de que empieces a preguntarte qué te hace peruano. ¿Qué te une a esta tierra? ¿Qué compartes con ese vecino al que saludas todos los días y no conoces? ¿Qué quiere decir que en tu DNI y en el del señor que va a tu lado en el Metropolitano diga nacionalidad peruana?

Hemos tratado en los últimos años escoger algunos hitos que nos hagan sentir a todos que vamos en el mismo barco. La comida, el fútbol, han sido catalizadores de una sociedad que tiene ganas de sentirse unida, pero que carga con siglos de diferencias irreconciliables, con largas vidas de desarraigos y divisiones. La diversidad que nos define ha funcionado tradicionalmente como una fuente de discriminación. No hablamos las mismas lenguas, no vivimos en espacios geográficos parecidos, no enfrentamos los mismos climas, no bailamos las mismas danzas. Más de 40 idiomas que conviven en un mismo territorio nunca han sido considerados un regalo que da cuenta de la riqueza de una nación para expresarse de modos originales; han sido tratados como un obstáculo, un signo de subdesarrollo. La variedad nos gusta para mostrarla en un catálogo de Marca Perú, pero en la realidad se mira al otro, a ese distinto que no habla, baila o viste como uno, con sospecha. Con temor.

Y esa diferencia que decanta en discriminaciones a veces sutiles, otras veces groseras, se traduce también en un Estado que no logra establecer bases mínimas para que todos los peruanos formemos parte de un proyecto común. El gran educador decía que los espacios donde los peruanos pueden encontrarse son mínimos: la escuela pública alberga a los unos, la privada a los otros; los que toman decisiones trascendentales para el país jamás han usado el transporte público ni se han atendido en hospitales, algunos peruanos viajan a lugares, donde viven otros peruanos, en calidad de turistas y solo se toman fotos ahí donde no se ve el niño vendiendo artesanías detrás de la quinta maravilla del mundo. Unos gritan por ser protagonistas de la foto y los otros continúan cerrando el encuadre para que la imagen de un país próspero y rico no se empañe con la evidente y .

Llegamos, hoy, divididos. Cada candidato alberga bajo su manto a peruanos que afirman votar por el Perú; sin embargo, las visiones de país que cada opción ofrece dan cuenta que no todos entendemos por “el Perú”, lo mismo. Donde unos ven posibilidades, otros ven desastre, donde unos encuentran estabilidad, los otros perciben continuidad de un sistema que los excluye. Y, sin embargo, cuando se declare un ganador, todos seguiremos viviendo aquí y seremos gobernados por el/la que eligió la mayoría.

Claro que necesitamos un Estado que incluya y que haga sentir a todos ciudadanos con dignidad y respeto; pero también necesitamos, nosotros, cada uno, evaluar en qué hemos contribuido para perpetuar esta brecha. Qué nos está echando en la cara este final electoral que resulta incómodo, pero al mismo tiempo, más elocuente que nunca.

Si no sale tu candidato/a y estás evaluando irte del país, no votaste por el Perú; si no sale tu opción y ya estás preparando protestas y presiones para derrocar al ganador / ganadora,  entonces te estarás negando a encontrar eso que te define como peruano y les estarás enseñando a tus hijos que solo vale la pena sentirse parte de una nación cuando las cosas salen a tu manera.

Si la razón no nos ofrece respuestas, tal vez la poesía tenga la última palabra:

“No es este tu país porque conozcas sus linderos, ni por el idioma común, ni por los nombres de los muertos. Es este tu país, porque si tuvieras que hacerlo, lo elegirías de nuevo, para construir aquí, todos tus sueños”. (Marco Martos, “El Perú”).