Javier Díaz-Albertini

¿El de es caótico? Pues en los últimos años nuestra capital ha estado –en algún ranking u otro– entre las peores ciudades en términos de congestión, contaminación y tiempo de traslado. Este sentir se refleja, asimismo, cuando limeños y limeñas ubican al transporte como uno de los aspectos que les causan mayor insatisfacción en la ciudad (Lima Cómo Vamos, 2021).

La palabra caos significa “confusión/desorden” en nuestro uso cotidiano. Sin embargo, para la ciencia, es el “comportamiento aparentemente errático e impredecible de algunos sistemas dinámicos deterministas”. Hago hincapié en “aparentemente”. Es posible que exista un orden caótico, en el sentido de que no podamos predecirlo de antemano. De esto hemos hablado anteriormente en esta columna (“Efecto mariposa” 5/2/2020), cuando hicimos referencia a la meteorología y a las dificultades para predecir el tiempo.

Una investigación en curso realizada por la socióloga Liuba Kogan y el físico Luciano Stucchi (Universidad del Pacífico) tiene como objetivo “describir cualitativa y cuantitativamente las reglas de movilidad vehicular que siguen los conductores de Lima Metropolitana”. Los primeros hallazgos sugieren que el tráfico en la ciudad tiene un orden, pero que este es complejo y abierto a permanentes negociaciones. Es lo que podría describirse como un “orden desordenado”.

El estudio cualitativo se ha realizado sobre la base de entrevistas a conductores de diferentes tipos de vehículos, desde motos hasta buses interprovinciales. En la opinión de estos informantes, la mayoría de los conductores son competentes, en el sentido de que conocen y desean respetar las reglas de . Sin embargo, dada las condiciones de tráfico en la ciudad, la escasa y deficiente infraestructura, y los apremios económicos de muchos conductores, “algunos no cumplen algunas normas algunas veces”.

El tamaño del vehículo y su estado de conservación son dos factores primordiales que explican este comportamiento. Mientras más grande es el vehículo, mayor respeto al momento de maniobrar (distancia, velocidad, cambio de carril). Al mismo tiempo, no obstante, el chofer del vehículo grande también debe cuidarse de no colisionar contra los más pequeños. El estado de conservación entra a tallar porque los propietarios de unidades nuevas son más cuidadosos al manejar, al mismo tiempo que los demás cuidan no chocarlos porque resultaría oneroso. De otro lado, el carro descuidado, chocado y abollado es temido por todos.

El estudio cuantitativo ha tomado estos y otros hallazgos para crear simulaciones sobre la base de diversas contingencias. Me gustaría destacar algunos resultados. En primer lugar, añadir carriles a una vía no mejora la velocidad de desplazamiento porque inmediatamente atrae más vehículos y las condiciones de congestión se reproducen. En segundo lugar, en situaciones de alta densidad de vehículos, ¿quién avanza más rápido, el que se mantiene en su carril o el que lo cambia con frecuencia? Pues el que mantiene su carril: están advertidos los loquitos al volante.

Debido a que las reglas no son cumplidas férreamente, el conductor limeño sabe que debe estar muy presto a las maniobras de los demás. Por ejemplo, que un chofer decida voltear a la izquierda desde el carril de la extrema derecha, que te cruce sin previo aviso y meta el carro, que pare intempestivamente en una avenida a la pesca de un pasajero. A pesar de que el estudio indica que estos incumplimientos solo ocurren “algunas veces”, al multiplicarlo por millones de conductores lleva a frecuentes faltas y a una justificada percepción de caos.

Al relativizar la norma, los resultados también pueden llegar a ser funestos. En primer lugar, los peatones son los que más sufren en un sistema de respeto basado en el tamaño. En segundo lugar, un orden negociado estresa ya que exige estar alertas permanentemente ante conductores que “algunas veces” incumplen. En tercer lugar, es un sistema desigualitario ya que funciona mejor en las partes de la ciudad con mayores recursos (vías, señalética, semáforos, policías, vehículos nuevos y mantenidos, fotopapeletas) en las que el incumplimiento se reduce significativamente por su alto costo y peligro.

Finalmente, el estudio es una muestra de que las ciencias físicas y sociales pueden colaborar y superar los prejuicios que muchas veces causan distanciamientos absurdos.

Javier Díaz-Albertini es sociólogo y profesor de la Universidad de Lima