"La vista gorda", por Nora Sugobono
"La vista gorda", por Nora Sugobono
Nora Sugobono

“Te has engordado un poquito, ¿no?”. Yo tenía 12 años y participaba en los juegos de una gimkana cumpleañera con mis amigas. Una de sus madres, indicando un cambio en mi aspecto, consideró apropiado moverme de equipo. “Para estar más equilibradas”, dijo. No pude comprender en ese momento la carga de negatividad que acompañaba su comentario (¿era acaso necesario?), pero el recuerdo me ha acompañado desde entonces: sencillamente sé que estuvo mal. Aquella pregunta me llevó a asociar durante años los rasgos de mi anatomía que ella catalogaba como voluminosos –piernas, caderas– con negatividad. A los 12, por primera vez en mi vida, me sentí valorada en función a mis medidas por encima de cualquier otro talento.  

Caitlin Moran es una periodista, autora y ‘tweetstar’ británica que aborda este tema con brutal sinceridad en su primera obra, “Cómo ser mujer”. En ella, Moran sostiene: “Sé bien lo que significa la palabra ‘gorda’: lo que significa de verdad cuando lo dices o lo piensas. No es únicamente una palabra descriptiva como ‘pelirroja’ o ‘treinta y cuatro’. Es una palabrota. Es un arma. Una subespecie sociológica. Es una acusación, un rechazo, un repudio”. Hace solo dos días, el pasado domingo 14 de febrero, su compatriota, la actriz Kate Winslet, declaraba ante cientos de miembros de la prensa (después de ganar su tercer Bafta por su participación en la cinta “Steve Jobs”) cómo a los 14 años uno de sus profesores de teatro le dijo que estaría bien si se conformaba con los roles de la ‘chica gordita’. Winslet está nominada –por séptima vez– a un Óscar por ese papel y es, a sus 40 años, rostro de una importante lista de marcas de belleza y moda.

Ese mismo domingo, un reportero preguntaba a la candidata a la presidencia Verónika Mendoza si había engordado ‘unos kilitos’. “Se dice que has subido mucho de peso”, le comenta. Al mismo tiempo, un cirujano analiza un cambio en su peinado para disimular ‘que se ha ensanchado’. Mendoza afronta la situación afirmando que viene comiendo los chicharrones y chuño que la gente le invita durante la campaña. Uno puede estar o no de acuerdo con su propuesta electoral, pero su caso no es ajeno a la presión que las mujeres, especialmente aquellas en posiciones de poder (más expuestas y más juzgadas), vienen conociendo por décadas. ¿Por qué todavía hay quienes se sienten con la autoridad de opinar sobre el cuerpo femenino, y sus formas y volúmenes? A los hombres también les ocurre, pensarás, estimado lector. Claro que sí. Pero ninguno se pasa la vida con sus triunfos acompañados de observaciones sobre su aspecto, ni evaluados en función a ello. 

La primera vez que hice una dieta coincidió con el episodio de la gimkana. Nada drástico, pero dieta al fin. Siguieron unos 15 años de lucha constante y muchos errores. No sigo un régimen estricto al menos hace año y medio y puedo decir con absoluta franqueza que nunca he disfrutado más de mi cuerpo: ya no vivo peleada con él. No es sencillo, pero es un comienzo. Al menos ya no soy juzgada por la persona que más importa en este asunto: yo misma.