"Héctor Béjar es, con seguridad, uno de los elementos más preocupantes del Gabinete de Guido Bellido". (Imagen: Captura)
"Héctor Béjar es, con seguridad, uno de los elementos más preocupantes del Gabinete de Guido Bellido". (Imagen: Captura)
Editorial El Comercio

El aparato burocrático peruano no se caracteriza por su consistencia institucional. Cambios de ministros o de altas autoridades significan, en muchos casos, un borrón y cuenta nueva en las políticas emprendidas, lo que deriva en poca memoria de experiencias aprendidas y ausencia de personal calificado que trascienda administraciones. Pero toda regla tiene excepciones. Desde estas páginas hemos destacado, por ejemplo, al Banco Central de Reserva (BCR) como una de ellas, y también al

Si bien la situación en el BCR es todavía incierta –¿se quedará Julio Velarde a cargo?–, en cancillería algunas alarmas ya están prendidas. Su nuevo titular, , tiene un perfil muy distinto respecto de sus antecesores y, en medio de un Gabinete profundamente inadecuado, destaca como una de las figuras más controversiales y problemáticas.

Solo su trayectoria es motivo suficiente de preocupación. En la década de los sesenta, Béjar recibió instrucción de insurgencia en para luego volver al Perú y participar de diversos movimientos guerrilleros. Después de ser capturado pasó una temporada en prisión por el delito de sedición, hasta que el gobierno militar de Juan Velasco lo liberó en el marco de una amnistía política. Entonces trabajó en el Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social (Sinamos) en soporte de la reforma agraria. Desde entonces ha ejercido múltiples cargos en ONG.

Si bien ha pasado ya más de medio siglo desde su entrenamiento guerrillero en Cuba, el actual canciller guarda una simpatía especial por la más infame dictadura de la región, con expresiones que relativizan la brutalidad del régimen iniciado por Fidel Castro y que omiten llamarla por lo que es. En el mismo sentido, Béjar evita condenar la dictadura venezolana –entendiéndola como parte de la “política interna” de aquel país y sobre la que haría mal opinando–. Dijo, además, en una entrevista de hace pocos años que él estará “con Venezuela combatiendo detrás del último miliciano”. “Tengan en cuenta que en existe un sistema de seguridad social universal y un sistema de educación universal”, mencionó sin mayor rubor al asumir el liderazgo de la cancillería.

Si bien en términos generales el nuevo canciller parece haber optado por evitar giros demasiado drásticos en la política externa peruana, su visión de la realidad latinoamericana trasluce taras similares a las que motivaron sus episodios de juventud. Con el reimpulso de la cuestionada Unasur, el apoyo a la Celac –presidida hoy por el México de Andrés López Obrador– y el desconocimiento del embajador de Venezuela enviado por Juan Guaidó, Béjar empieza a dejar sentir su presencia. En el futuro inmediato, los nombramientos políticos de embajadores desde serán un punto crucial para el futuro de las relaciones internacionales del país por los próximos años.

El problema va más allá del canciller. Su entendimiento de la política exterior es en buena parte representativo de lo manifestado por representantes de Perú Libre. Por su lado, políticos de otros partidos allegados a este, como Juntos por el Perú, no han encontrado mayor obstáculo en sumarse a la agenda de Béjar a pesar de la enorme mochila que carga y de sus concepciones democráticas distorsionadas.

Héctor Béjar es, con seguridad, uno de los elementos más preocupantes del Gabinete de Guido Bellido. Sus declaraciones en apoyo de la posibilidad de una amnistía a terroristas de la talla de Abimael Guzmán o su mención a que él sabe que “en el Perú hay problemas que no se van a solucionar sin una revolución” son nada menos que una afrenta al Estado de derecho y a la democracia. Y que él haya sido elegido como el responsable de liderar las relaciones internacionales del Perú es algo muy parecido.