Editorial: Las dos caras del mismo Congreso
Editorial: Las dos caras del mismo Congreso
Redacción EC

Hace unos días el Congreso aprobó una ley que crea un registro de deudores morosos en el Poder Judicial, que permitirá que los arrendatarios inscriban en él a los inquilinos que no cumplen con pagar sus alquileres. De esta forma, cualquier persona que desee arrendar un inmueble tendrá información sobre qué tan cumplido ha sido en el pasado un potencial inquilino. La norma, además, agiliza los procedimientos de desalojo, para que el propietario a quien no se le cancela la renta pueda recuperar su inmueble más rápidamente de lo que hoy puede hacerlo.

Esta ley es, en un sentido, un importante paso más por el camino contrario al que se tomó en los 70 y 80 en nuestro país. Recordemos que en esa época las leyes de inquilinato dificultaban cobrar una deuda a un inquilino moroso y volvían prácticamente imposible desalojarlo. Las consecuencias las conocemos todos. Por ejemplo, muy pocos propietarios estaban dispuestos a alquilar sus inmuebles para obtener una renta y quienes lo hacían corrían el riesgo de ser estafados por alguien que decidiese no cumplir sus obligaciones. Asimismo, quienes querían alquilar una vivienda o un local comercial encontraban muy poca oferta, tenían que pagar precios muy altos por la escasa competencia o hallaban inmuebles en cuyo mantenimiento no se había invertido. Bajo la populista idea de que había que “proteger a los inquilinos”, se terminaba desprotegiendo a todo el mundo, incluyendo a estos últimos.

Si bien estas absurdas normas (propias de la época del desbocado intervencionismo económico velasquista) ya no existen, aún sigue siendo difícil y costoso llevar a cabo un proceso de desalojo. Y eso eleva los costos de los alquileres. No es casual que el Perú tenga la segunda tasa más baja de familias que alquilan su vivienda en América Latina (después de Nicaragua). Por eso, hay que celebrar que el Congreso haya tomado medidas para abaratar el lidiar con los inquilinos morosos y, por tanto, para dinamizar el mencionado mercado.

Ahora, lamentablemente, nuestro Parlamento sufre de cierta esquizofrenia. Como si quisiera demostrar que por cada buena cosa tiene la capacidad de hacer dos malas, esta semana aprobó dos leyes que nos hicieron pensar a los ciudadanos si, realmente, tiene algún sentido que les paguemos un sueldo a los congresistas.

La primera ley es una mediante la cual se decidió bautizar el espacio aéreo peruano. A partir de su promulgación, pasará a llamarse Cielo del capitán FAP José Abelardo Quiñones. 

¿Serán conscientes los parlamentarios de lo que cuesta aprobar un proyecto de ley? ¿Sabrán la cantidad de dinero que se tiene que invertir para ello en asesores, reuniones de trabajo, debates de comisiones, horas de congresistas, etc.? ¿Y toda esa inversión (a costa del bolsillo de los peruanos) para ponerle nombre al cielo? ¿Es que no hay cosas más importantes que hacer, como por ejemplo nombrar a los vocales del Tribunal Constitucional o al defensor del Pueblo?

La segunda ley a la que hacíamos referencia es aquella que establece que el 20 de febrero será el día del emoliente, quinua, maca, kiwicha y demás bebidas naturales tradicionales y, a su vez, declara de interés nacional la formalización del emolientero. Josué Gutiérrez, uno de los autores de la iniciativa, celebró esta norma como una conquista de “la justicia social” y se dirigió a las personas dedicadas a dicha actividad manifestándoles que “hoy día ustedes ingresan a la formalidad en el Perú”.

Lo cierto es que esta ley no es más que una declaración lírica sin ningún efecto práctico. Si el Congreso quiere hacerles un bien a los emolienteros o a cualquier negocio tiene que hacer algo similar a lo que hizo con el mercado del alquiler: buscar maneras de reducir sus costos. En este caso, por ejemplo, reduciendo los impuestos para todas las actividades económicas o flexibilizando el régimen laboral general. Una norma que dice que los emolienteros (o cualquier otro tipo de empresario) debe formalizarse no vale más que el papel en el que está impresa si no reduce los costos para ser formal. Es pura demagogia. Tan útil como ponerle nombre al cielo.