Editorial: Frente a sus narices
Editorial: Frente a sus narices
Redacción EC

A iniciativa del congresista , el Congreso aprobó una ley que autoriza a las , cuando estén a cargo del control interno en zonas declaradas en emergencia, a realizar interdicción terrestre, acuática y aérea a los implicados en tráfico ilícito de drogas, con cargo a comunicar sus acciones al ministerio Público y a la Policía y estando obligadas a poner de inmediato a los detenidos y a lo incautado a su disposición. Además, la ley establece que si las personas intervenidas se resisten y no acatan las disposiciones de la autoridad, el personal militar deberá actuar aplicando lo dispuesto en el Decreto Legislativo 1095, que señala las reglas de empleo y uso de la fuerza por parte de las Fuerzas Armadas en el territorio nacional. 

Apenas se aprobó la ley, el ministro de Defensa, , lamentó que no se hubiese realizado un amplio debate y que no se haya pedido la opinión de su cartera. Aparentemente el ministro de Defensa no está muy familiarizado con lo que sucede en su sector, pues desconocía que la ley aprobada era una segunda versión del proyecto inicial que fue observado por el Ejecutivo. Y es más, en esta oportunidad el Congreso se había allanado a todas las observaciones realizadas. Sin embargo, la ley aún no ha sido promulgada porque el congresista ha pedido una reconsideración de votación que hasta ahora no se procesa. 

Más aún, estas facultades que se le otorgaría a las Fuerzas Armadas no son una completa novedad. Ya el Decreto Legislativo 826, de 1996, permite a la Marina de Guerra y a la Fuerza Aérea interceptar las embarcaciones y aeronaves con estos fines, aunque en la práctica no se está aplicando. En el caso de la Fuerza Aérea establece incluso que “si la aeronave interceptada se negase a proporcionar la información solicitada o acatar las disposiciones de la autoridad aérea, será pasible de las medidas interdictivas apropiadas considerándose incluso su derribamiento”. Lo que añadiría la nueva ley recientemente aprobada solo sería la capacidad de las patrullas del Ejército en zonas de emergencia de hacer interdicción terrestre. 

El fondo de la preocupación –como vemos algo tardía– del ministro de Defensa es, en sus propias palabras, que, en general, “las Fuerzas Armadas no han sido preparadas profesionalmente para la lucha contra el narcotráfico” y que “esa es una tarea propia y privativa de la ”.

Hay que reconocer que el ministro tiene razón en ese punto. Muchos recuerdan, además, la corrupción que se desató cuando el Ejército combatía el narcotráfico. Pero la ley aprobada en el Congreso no le encarga a las Fuerzas Armadas la lucha contra el narcotráfico ni se la quita a la Policía, sino que simplemente autoriza a que, por ejemplo, una patrulla o una base militar pueda intervenir si ve que delante de sus ojos se desplazan personas, vehículos o embarcaciones con cargamentos de droga o con bultos sospechosos de serlo. Con esto se acabaría, además, la coartada que le permite a bases militares tolerar la vecindad de narcopistas de aterrizaje. Ahora, por supuesto, es necesario establecer protocolos de intervención y controles inteligentes. 

Donde no hay excusa alguna para la intervención de las Fuerzas Armadas es en la interceptación aérea. En la década de 1990, de hecho, tuvo mucho éxito: permitió cortar el puente aéreo con Colombia, lo que provocó una caída abismal del área cocalera sembrada, que bajó de alrededor de 150 mil hectáreas a 35 mil. Lamentablemente, luego los cultivos se recuperaron y alcanzaron las 60 mil hectáreas actuales –con mayor productividad que las anteriores– desde que se interrumpió la interdicción aérea a consecuencia del error fatal de haber derribado a una avioneta en la que viajaba una familia de misioneros estadounidenses. Una pena, pues la interdicción aérea permite reducir drásticamente los cultivos de coca sin necesidad de enfrentarse a la población con la erradicación forzosa. 

Esta participación muy acotada de las Fuerzas Armadas en la lucha contra el narcotráfico es un asunto de simple y sencillo sentido común: es absurdo que no puedan hacer nada si este se pasea frente a sus narices.