Un grupo de personas recorre el mercado central de Lima, esta semana. (Foto: GEC).
Un grupo de personas recorre el mercado central de Lima, esta semana. (Foto: GEC).
Editorial El Comercio

No hay manera de esconder lo dramático de la situación que le toca enfrentar al país. Con un sistema de salud desbordado y una economía en profunda recesión, es entendible que haya poco lugar para el optimismo. En lo material, al Perú le tomará tiempo reconstruirse y regresar a los niveles prepandemia; en términos humanos, nunca recuperará lo perdido.

Mirando hacia adelante, sin embargo, no todo es negativo. Puesto en contexto, es justo notar que lo más profundo de la crisis ya parece estar atrás. Si bien los contagios siguen aumentando, . En tanto, luego de caer precipitadamente, el mercado laboral ha dado señales entre junio y julio. Los despachos y la demanda de electricidad, buenos indicadores de la actividad económica general, también han retomado terreno en consonancia con las fases de reapertura económica. Las líneas de crédito del Banco Central de Reserva (BCR) y del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) han logrado ayudar a decenas de miles de empresas y se espera que la segunda etapa del programa Reactiva Perú haga lo propio. Para el próximo año, el BCR proyecta del PBI, de modo que, hacia inicios del 2022, el Perú alcance un nivel de actividad económica parecido al del 2019. Algunos sectores no se recuperarán del todo, y dependerá de su ingenio y creatividad el reinventarse exitosamente.

Asimismo, los vientos de fuera están siendo cada vez más favorables. Los indicadores industriales y de servicios en las principales economías del mundo mejoran con el paso de las semanas. Muchas de las principales bolsas de valores han regresado a niveles cercanos a los de inicios del año, en tanto que el precio del cobre –nuestro principal producto de exportación– está significativamente por encima de su valor de febrero.

Nada de esto, por supuesto, garantiza una recuperación rápida. El mundo está en su momento más duro desde la Segunda Guerra Mundial. La demanda interna local, deprimida por el colapso del empleo y por los cuidados de salud que aún se requieren, va a reducir las ventas y prolongar la crisis económica. Tampoco hay certeza de que el país pueda reducir en el corto plazo su número de contagios, o que no vaya a existir una nueva ola de infecciones en los próximos meses. Finalmente, el escenario político –el actual y el de las elecciones generales del próximo año– agrega una enorme incertidumbre a la ecuación. Esto puede ser perjudicial para el sistema económico y especialmente peligroso para industrias cruciales en la recuperación y a la vez sensibles al populismo, como el sector financiero.

Sin embargo, ante la retahíla de noticias dolorosas que vemos diariamente y que comprensiblemente nos empuja a la desesperanza, es importante mantener la madurez y la perspectiva balanceada de lo que ha pasado, de lo que sigue pasando, y de lo que se puede lograr con un trabajo serio y responsable. En ese sentido, debe ser un primer paso hacia un cambio de rumbo en la manera en la que se han manejado muchos asuntos en el plano económico y en el sanitario.

La crisis pasará. El país se ha recuperado de derrumbes económicos y sociales anteriores, y lo hará de nuevo. La pregunta es si, puestos a prueba, fuimos –y seremos– capaces de reducir el daño que el virus ocasiona, o si, más bien, haremos más larga nuestra etapa de convalecencia con malas decisiones propias y enfrentamientos internos. A esta generación, a todos nosotros, nos ha tocado vivir un momento único en la historia del Perú, y seremos juzgados por cómo respondimos a las circunstancias de nuestros tiempos.