Editorial: La mordida de un pato rengo
Editorial: La mordida de un pato rengo
Redacción EC

“Pato rengo” llaman los estadounidenses a la autoridad –típicamente el presidente– que ya está por dejar su puesto, sin posibilidades de ser reelegida en este y, por lo común, con un sucesor ya elegido. Estas autoridades suelen ver mermarse su poder conforme se acerca su relevo y, por lo tanto, se vuelven más vulnerables a los depredadores (políticos, en su caso), igual que los patos rengos de la naturaleza que no pueden seguir el ritmo de sus bandadas.

Los patos rengos, sin embargo, pueden ser peligrosos. Al menos los de la política. Y es que, por mucho que estén rengos, estos patos no son tontos. No en vano llegaron alguna vez adonde llegaron. De hecho, hay los que ven una oportunidad en su situación. Una oportunidad, esto es, para hacer cosas que de otra forma les hubiera costado más hacer, como devolver determinados favores o evidenciar ciertas alianzas o intereses. Después de todo, ser un pato rengo significa que uno ya no necesitará su capital político –al menos en ese corto plazo que suele durar la memoria popular–, y significa también que los demás ya no lo están mirando, o lo están mirando solo con condescendencia, porque la atención está en su sucesor. 

, por ejemplo, demostró cómo es un mal negocio quitarles el ojo público de encima a los patos rengos. Horas antes de dejar la Casa Blanca otorgó más de 170 indultos, varios de ellos por lo menos muy controversiales, como el que dio al multimillonario evasor de impuestos, entonces fugado del país, Marc Rich, cuya familia había financiado generosamente a los esposos Clinton.

Pues bien, acá en el Perú acabamos de tener otra elocuente demostración de lo anterior. Según se informó ayer, el ex fiscal de la Nación firmó el 6 de mayo, seis días antes de dejar el cargo, una resolución ordenando la investigación preliminar que el (MP) estaba realizando sobre las acciones de la congresista en torno del caso de la empresa (PV). Según explicó el ex fiscal de la Nación a este Diario, no había “elementos suficientes para seguir indagando”.

Como se recordará, el antes aludido escándalo estalló cuando Lisandro Quispe, ex director del colegio Alfonso Ugarte, denunció haber sido separado de su cargo luego de que la congresista de Gana Perú lo visitó para exigirle renovar el contrato que el colegio tenía con PV para colocar un panel en su terreno. Sus palabras exactas habrían sido: “Si no se firma el contrato con PV, te acordarás de mí. Como sea te saco del colegio”. La congresista negó la acusación y dijo que solo había visitado el colegio para “fiscalizarlo”. Sin embargo, dos testigos corroboraron lo dicho por Quispe y salió a la luz pública que la señora Uribe tenía una relación personal estrecha con uno de los propietarios de PV. Más interesantemente aun, apareció Maribel Sánchez Vargas, ex subdirectora de otro colegio estatal –el Melitón Carvajal–, para denunciar que su colegio también había sido visitado por la congresista para interceder por PV, a uno de cuyos gerentes habría llamado desde el mismo plantel. En el intermedio, y también significativamente, las cámaras de Canal N registraron a la congresista visitando un solitario sábado a un tercer colegio estatal: ni más ni menos que aquel en el que había sido reubicado como profesor su primer acusador, el señor Quispe, luego de ser removido de su cargo como director del Alfonso Ugarte. Diera la impresión de que, efectivamente, estaba decidida a que el señor Quispe se acordase de ella.

Es en la cara de todo esto –por no mencionar otros sonados escándalos de conflictos de intereses en que, como miembro de la , la señora Uribe se ha visto envuelta– que el fiscal Peláez nos ha dicho que no había razones suficientes para profundizar la investigación a la congresista oficialista. Lo que, desde luego, sirve para confirmar –además de cómo los patos rengos pueden morder– que donde sí hay “razones suficientes” es en la profunda desconfianza que existe entre la ciudadanía hacia nuestras instituciones. Una desaprobación tan radical que al MP le parece un motivo para ufanarse en su cuenta de Twitter el tener –supuestamente– un 25% de aprobación, sin notar, por lo visto, que eso quiere decir que tres cuartas partes de los peruanos tienen una mala idea de él.