Editorial: Los platos rotos
Editorial: Los platos rotos
Redacción EC

En el tema de la educación vamos de desaliento en desaliento. Los resultados de las evaluaciones hechas el sábado pasado a 162 mil maestros para llenar las vacantes de docentes en todo el país parecen haber producido más jalados que aprobados. Y eso, pese a que las pruebas fueron elaboradas con criterios diferentes en cada región, por lo que solo podemos deducir que la mayoría de nuestros profesores no da la talla, sin importar cuál sea esta.

Desafortunadamente, el presente gobierno tiene una seria responsabilidad en estos resultados. Si un mérito tuvo la gestión anterior, ese fue lograr el consenso necesario para derrotar a las fuerzas pro statu quo del Sutep (que venía ganando la batalla durante varias décadas) y obtener la aprobación de una ley que, por primera vez, establecía una carrera meritocrática –acompañada de las debidas capacitaciones– para nuestros profesores. Cuando comenzó el presente gobierno, ya se habían incorporado a esta carrera –voluntariamente y pese a la oposición muchas veces violenta que siguió desplegando el mencionado sindicato– más de 50 mil maestros. Es decir, el gobierno de Humala recibió el coche de la meritocracia docente ya en marcha. Lo recibió en marcha, y acto seguido lo paró en seco, suspendiendo las evaluaciones con el argumento de que había mucho por corregir en la manera como se había diseñado la carrera. Un argumento que tenía algún fundamento pero que subestimaba lo difícil que había sido ponerlo en movimiento en primer lugar y lo difícil que sería reencenderlo después. Tan difícil que, de hecho, sigue parado hasta hoy. 

Tendría que haber estado claro que cualquier corrección que se requiriese tenía que haberse hecho en el camino, sin perder la inercia a favor que tanto costó lograr –salvo, claro, que de lo que se tratase en realidad fuese de ganar para la actual gestión la paternidad de la “reforma de la educación”–.

En efecto, han pasado dos años y medio desde que el gobierno suspendió el sistema de la Ley de la Carrera Pública Magisterial para reemplazarla por su propia Ley de la Reforma Magisterial. Dos años y medio en los que la carrera meritocrática ha permanecido congelada en una especie de limbo (mientras que de haber seguido funcionando hoy tendríamos ya 150.000 maestros incorporados voluntariamente a la misma). Recién el segundo semestre de este año serían evaluados los postulantes a ocupar plazas de director y subdirectores, dentro de la carrera. Y solo meses más tarde, o tal vez recién en el 2015, se aplicaría la prueba a los profesores que consideran que les corresponde un nivel más alto que aquel en el que fueron clasificados. Pero la primera evaluación de desempeño para el ascenso propiamente dicha, recién se tomaría el 2016 o quizá el 2017. En suma, cuando la nueva ley se comience a aplicar cabalmente habremos perdido cinco años más.

De más está decir que nadie devolverá a los estudiantes de nuestras escuelas públicas estos años en los vienen recibiendo una educación deficiente en ellas, ni lo que los mismos les costarán, desafortunada e injustamente, en su futuro profesional. Esta sí que es una “injusticia social” donde las haya.

Tampoco es el caso, por lo demás, que la ley que finalmente dio este gobierno no trajese a la carrera magisterial nuevos –y graves– defectos, como la conversión de la carrera de voluntaria (para los maestros que tuviesen la motivación suficiente como para someterse a ella) en obligatoria, lo que traerá una serie de complicaciones que el espacio impide reseñar.

Adicionalmente, por supuesto, hay otros factores externos al de la meritocracia. La formación docente sigue siendo de baja calidad. Casi no hay pedagógicos o facultades de educación acreditadas. El ministerio elabora un diseño de capacitación a los maestros difícilmente aplicable. Por solo citar algunos ejemplos. Ninguno de ellos, sin embargo, es tan estructural y crucial como el de la carrera magisterial.

Naturalmente, el daño que describimos arriba ya está hecho y solo queda ahora mirar hacia adelante, intentando acelerar lo más que se pueda el cronograma de la nueva carrera y aplicando mientras tanto un programa de emergencia. Para este último, acaso lo mejor sea dejar de lado los diseños demasiado complejos y generalizar las buenas prácticas de los casos de éxito como Fe y Alegría. Después de todo, en el tema de la educación el gobierno ya tendría que tener claro que lo perfecto es enemigo de lo bueno y lo bueno es infinitamente mejor a lo que tenemos ahora.