Editorial: Únicos pero no naturales
Editorial: Únicos pero no naturales

Conforme nos acercamos al inicio regular de la campaña del 2016, las posibilidades de una efectiva democratización de la mayoría de organizaciones políticas que intervendrán en ella se alejan. No solo porque muchas de las reformas electorales relacionadas con esta materia que se esperaba que el Congreso aprobase para los próximos comicios parecen condenadas a una enésima postergación, sino también porque el cultivo de ‘candidaturas únicas’ se anuncia como el recurso del que inexorablemente echarán mano los partidos que hoy encabezan las encuestas a la hora de definir a sus postulantes a la presidencia.

Desde esta semana, por ejemplo, Alan García es ya oficialmente la única persona que podrá participar en el proceso interno que llevará adelante el Apra (ningún valiente ‘compañero’ o ‘compañera’ se animó a inscribirse para competir con él). Y todo parece indicar que lo mismo sucederá con Keiko Fujimori en Fuerza Popular y con Pedro Pablo Kuczynski en Peruanos por el Kambio, conglomerado cuyas siglas premonitoriamente proclaman: PPK. 

Los argumentos que se ensayan en esos sectores para validar tal práctica son múltiples, y van desde la repetición de la inveterada tesis del ‘candidato natural’ hasta la aseveración de que así se demuestra “la fortaleza y la unidad” del partido que se alinea detrás del postulante único de ocasión.

La verdad, no obstante, es que si bien existen en muchas tiendas políticas líderes cuyo peso específico es difícil de contrarrestar para un dirigente medio o un militante sin exposición mediática, llama la atención que no surja en ellas un aspirante que quiera participar de la compulsa doméstica aunque sea para foguearse y hacer sonar su nombre con la mirada puesta en contiendas futuras. 

La diversidad de ‘precandidaturas’, por otra parte, no constituye amenaza ni cuestionamiento a la fortaleza o unidad de organización política alguna. Obsérvese lo que sucede en los longevos partidos Republicano y Demócrata de Estados Unidos –en donde la competencia interna por la nominación como postulante oficial a la presidencia se inicia habitualmente con media docena de aspirantes o más– para comprobar la insustancialidad de esa pretendida objeción.

Con frecuencia es posible detectar que detrás de la presunta naturalidad de la candidatura de tal o cual caudillo se esconde en realidad un manejo partidario hegemónico, que no concede espacios para la aparición de voces novedosas y, menos aun, discrepantes. En ese sentido, con todas sus debilidades y defectos, partidos como el y (que ya cuenta con siete interesados en tomar parte de la elección interna) les llevan una ventaja a los –hasta ahora– favoritos en lo que concierne a la representatividad de quienes vayan a defender sus colores en los comicios del próximo año.

Es particularmente saludable, asimismo, que esta práctica se cumpla en las dos coaliciones de izquierda (el y con sus nuevos aliados), en donde hay presencia de partidos y personas que hasta hace no tanto tiempo creían en la tesis del partido único y desdeñaban la democracia como una especie de superstición burguesa. Indudablemente, la caída del Muro de Berlín y los eventos derivados de ella constituyeron una dura lección de la que algunos antiguos leninistas, maoístas y troskistas sacaron provecho. Se echa de menos, sin embargo, que algunos de los líderes de esos sectores no sean igual de rigurosos para evaluar lo que ocurre en otros países, como Venezuela o Cuba, en materia de libertades públicas y equilibrio de poderes, así como el hecho de que no hayan sido capaces de trasladar ese respeto o entusiasmo por la competencia al terreno de la economía: un espacio en el que su fe en el intervencionismo y la dictadura de los burócratas iluminados sigue intacta.

Con todo, lo que ocurre dentro de todas esas conformaciones políticas que hoy parecen tener pocas probabilidades de acceder al poder en el 2016 debería constituir un ejemplo para aquellas otras que sienten que ya lo están rozando con los dedos, pues la circunstancia de que vayan a sus procesos de selección interna con candidatos únicos –una contradicción en los términos– antes que un fenómeno ‘espontáneo’ es un signo de la escasa estima en que tienen el cultivo de los elementos fundamentales del sistema en virtud del cual quieren tentar la presidencia.