(Foto: El Comercio)
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Editorial El Comercio

Se ha convertido en una aciaga práctica periodística el tener que reportar los resultados fatales de los accidentes automovilísticos producidos en el Perú.

ha causado gran conmoción nacional y captado la atención de la prensa internacional. El elevado número de víctimas (52 según las cifras oficiales) dejado por el choque de un tráiler y un ómnibus de pasajeros, que provocó que este último cayera por un precipicio, lo convierte en el accidente vehicular más fatídico en el mundo durante los pasados 12 meses. Aunque aún se investigan las causas del accidente, las primeras informaciones policiales dan cuenta de que el tráiler habría invadido parcialmente el carril contrario, lo que ocasionó la colisión de los dos vehículos. De acuerdo con lo señalado por el coronel Franklin Barreto, jefe de la División de Investigación y Accidentes de Tránsito de la Policía Nacional del Perú, las causas secundarias serían “el exceso de velocidad del tráiler, la velocidad inapropiada del bus y las condiciones de la vía que no tenía la señalización ni los elementos de seguridad vial”.

En efecto, pese a que los motivos principales de esta tragedia estarían en la actividad humana, se ha podido constatar ciertas deficiencias en la vía de 22 kilómetros de extensión, como la ausencia de guardavías en varios tramos, la falta de señales reguladoras y, principalmente, su estrechez y sinuosidad. Se trata pues de un camino de alto riesgo, en el cual se ha registrado un total de 26 accidentes de tránsito desde el año 1990, con la muerte de 114 personas.

La fatalidad recurrente en el serpentín de Pasamayo debería haber llevado a las autoridades a preguntarse hace mucho tiempo si era aconsejable mantener el tránsito de pasajeros por una vía tan peligrosa. Pues la labor de prevención no supone únicamente tomar acciones para evitar la ocurrencia de accidentes sino también medidas para que, en caso estos ocurran, las consecuencias nocivas sean menores. Y, como lo muestra la trágica evidencia, resulta difícil mitigar el daño que puede producir un accidente en una vía angosta, de un solo carril por dirección, que cuenta con limitada visibilidad y que se proyecta al margen de pendientes muy pronunciadas.

Un día después del accidente, con el concesionario Norvial para ampliar la autopista existente (variante de Pasamayo) a tres carriles por cada lado y eliminar el uso del serpentín. Por su parte, el ministro Bruno Giuffra comunicó vía Twitter que se prohibiría la circulación de buses de pasajeros por el serpentín de Pasamayo, una medida que fue confirmada mediante una norma publicada el jueves en “El Peruano” que dispone esta restricción temporal hasta junio del 2018.

La decisión adoptada por el Ejecutivo se muestra, ciertamente, adecuada y razonable, pero, a decir verdad, también lo hubiera sido antes del accidente de esta semana, como lo exhibe la propia justificación que aparece en los considerandos de la norma, en el sentido que el flujo vehicular en el serpentín de Pasamayo alcanzaba los “6.000 vehículos diarios durante el 2016, lo que supera la capacidad de diseño de la vía” y que “los niveles de accidentabilidad en dicho tramo son superiores a los de otras vías con problemas de saturación”.

El Perú ocupa el puesto 105 de 181 en número de víctimas por accidentes de tránsito –según el “Global Status Report on Road Safety 2015 de la OMS”–, y la complicada geografía del país y el déficit de infraestructura vial son factores de riesgo que juegan en contra de pasajeros, conductores y transeúntes por igual. Conscientes de ello, resulta indispensable entonces que autoridades y ciudadanos en general dejemos de lado viejas costumbres, como la de reaccionar tardíamente para evitar nuevas tragedias como la que ocurrió esta semana.